Aunque la historia no se repite, los hechos y circunstancias que parecen repetirse se deben a que los hombres, en cualquier época y lugar, siguen siendo los mismos y responden a necesidades y pasiones similares. Por esto es que podemos aprender de la historia y sacar conclusiones del pasado para aprovecharlas en el presente.
Nuestra crisis se parece, guardando las distancias de tiempo y escala, a lo que ocurrió en Roma en el año 410 d. C., cuando tras muchos años de guerrear, los visigodos, muertos de hambre, llegaron a las puertas de Roma y la saquearon. El saqueo fue tan violento que el imperio romano prácticamente dejo de existir como organización social: se interrumpieron las obras públicas, el control sobre espacios políticos, la aplicación de las leyes y, lo más grave, la población tuvo que huir al campo para salvar sus vidas. Y ya en el campo, fueron muchos los que se organizaron en bandas para saquear, a su vez, a los que ya estaban asentados allí. El resultado es que decayó la producción de alimentos y el hambre, el desorden y la muerte estaban en todas partes. Así comenzó la edad media, un tiempo de grave retroceso y del que la civilización occidental tardó mil años en recuperarse.
Estamos entrando en nuestra propia edad media. Podemos ver como nuestros bárbaros están saqueando el país, destruyendo el tejido social y muchos son los que tienen que emigrar para sobrevivir en otras partes. Cada vez hay menos alimentos y los motines por comida se multiplican. Nuestros pranes tienen las mismas conductas que muestran sus equivalentes en Etiopía y Somalia, hoy reconocidos como estados fallidos a los que los organismos internacionales les prestan una precaria ayuda alimentaria y médica.
Pero no hemos sido invadidos. Nuestros bárbaros surgieron del seno de nuestro propio país, nosotros mismos le dimos poder para hacer lo que están haciendo y el efecto es similar a lo que le ocurrió a Roma y también a lo que ocurrió después de la guerra de independencia: tras la masiva destrucción del país pasaron mas de 100 años para empezar a recomponerlo, lo que ocurrió una vez muerto Gómez.
Pareciera que no sabemos medir los costos de la violencia y que nuestros sueños, utópicos sin duda, son tan elevados que merecen cualquier sacrificio, cualquier costo en hambre y muertos.
No sabemos cuántos sacrificios y tiempo nos llevará reconstruir el país. Mucho depende de la cuantía del desastre que nos lo deje el régimen. Pero nada está garantizado pues, como dije, los hombres siguen siendo los mismos y actúan según las mismas pasiones y nadie puede garantizar que nuevos iluminados no se empeñaran en salvarnos.
