¿Dejas hablar?

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A veces interrumpimos por impaciencia, porque lo que nos explican nos está aburriendo, en este caso hay que ser sutil y encauzar la conversación, si no queremos que esta llegue a su fin. En ocasiones, interrumpir es incluso positivo y garantiza que la comunicación sea dinámica y que enriquezca a ambos interlocutores. Otras veces es una forma de recuperar nuestra atención o de pedir una aclaración que nos permita participar posteriormente de la conversación con la seguridad de estar bien informados sobre lo que nos dice nuestro interlocutor.

Hay que diferenciar las interrupciones que incomodan con las que parecen ser necesarias para continuar con la conversación. Algunas personas, debido a su extremada timidez, necesitan que se les formule una pregunta para que empiecen a hablar y salga de su cascarón. Quizá incluso a lo largo de la conversación necesitarán que se les continúe preguntando, a causa de que esté deseando abrirse al otro y compartir con él experiencias.

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En estos casos es bueno aprender a interpretar el lenguaje no verbal, los gestos del otro y sus expresiones faciales para darse cuenta de este tipo de pequeños detalles. Una persona que aparentemente parece cerrada y poco comunicativa puede sorprendernos si sabemos cómo hacer que se comunique con nosotros. Podemos darnos cuenta de que una simple pregunta, en casos de este tipo, puede causar efectos sorprendentes.

Formular preguntas es un buen método para mostrarse interesados y atentos. Pero es un error que mientras el otro esté hablando, nosotros estemos pensando en la pregunta que le queremos hacer y aprovechemos cualquier pausa para formulársela. En la vida cotidiana debemos improvisar en las conversaciones.

Sin darnos cuenta, podemos ocupar todo el espacio comunicativo en un momento y acabar hablando de lo que nos preocupa a nosotros, prescindiendo de lo que el otro quería decirnos. De este modo, bloqueamos a nuestro interlocutor y le causamos un sentimiento de frustración en su intento por comunicarse.

Muchas veces nos sentimos identificados con lo que el otro nos dice, de tal modo que no podemos evitar explicarle una experiencia propia que nos ha hecho recordar. Es una impulso que en ocasiones es difícil de reprimir y que seguramente está cargado de buenas intenciones, pero que acaba por inhibir al otro, debido a que se sentirá poco escuchado y en definitiva, eliminado del discurso.

El espacio verbal así invadido por nuestra intervención, de tal modo que le damos impresión de que no queremos hablar con él, sino desahogarnos de un modo egoísta con un monólogo del que queda totalmente excluido. En todo caso hay que evitar decirle a nuestro interlocutor: «sí, a mí me pasa lo mismo» y de este modo, pasar a explicarle lo que nos ocurrió a nosotros, eludiendo escuchar lo que este nos quería comentar. Recuerda que las conversaciones son bidireccionales e implican la participación de como mínimo dos personas.

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