Llueve… pero escampa – Entre el malo y el peor

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Hay caminos en la vida que además de confusos son inescrutables. Fíjense que tenemos a personajes que luego de impulsar la guerra terminan como santos adalides de la paz; otros que en el afán de aparentar bonhomía se dedican a la destrucción de toda una sociedad mientras depauperan a sus connacionales; hay adulados que son insultados pero aplauden porque no entienden más allá de la loa elemental y están los que sueltan ideotas para aparentar algo de inteligencia aunque todos sepamos que los rebuznos, ocultados con cara de sobrado ante el aplauso lisonjero, solo ratifican su supina inopia. Es que unos nacen para estrellas y otros estrellados.

Así es como algunos incapaces han llegado a presidente en las republiquetas bananeras (ninguna en particular). Pasan desapercibidos al esconderse tras las sombras de sus mentores hasta que puedan dar el zarpazo final, eso que llamamos la puñalada trapera, y quedarse con el coroto que, en estos casos, es una silla gubernamental o quienes persistentemente se desempeñaron como simples espalderos, cargas maletines, sigüises, recaderos o mandaderos (hay los que son todo en uno) para que los designasen como herederos.

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En estos días al estrellado, y no por estrella, heredero del Terminator venezolano, caribeño, latinoamericano y mundial le dio por emular (no viene de mula) a su predecesor al proponer la eliminación de ciertas palabras porque a él, que nunca pisó un salón de clases o se paseó por los pasillos de alguna universidad, le parecía.
La misma miasma

Por eso sugirió prescindir de la adolescencia, no porque los infantes franquearan a la adultez sin pasar por GO ni cobrar 200 sino porque la palabra tiene una etimología siniestra, ya que proviene del verbo adolecer (un dislate que admite muestras de estupor, incredulidad o una carcajada).

Es como el otro estrellado, ese que se quedó con los crespos hechos al no recibir los favores del cónclave castrocomunista de La Habana, el mismo esperpento que nunca ejerció la profesión para la que estudió, el que necesita rodearse de otros estrellados que le rían las morisquetas en su programa televisivo mientras él que se carcajea como hiena y el que, junto a su hermano, ha demostrado que no son cojos ni mancos para vivir del erario nacional, que asume como un halago los chantajes de que sí el revocatorio es en el 2016 él sería candidato y que sí es después él asumiría la vicepresidencia.

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El capitán que blande un garrote, como si estuviese en las cavernas, no comprende que en política hay elogios que matan. Que eso de exaltarlo como el coco que no dejará piedra sobre piedra; de etiquetarlo con el mote de espíritu maligno de la revolución; de revelarlo a modo de preclaro ejemplo de la plaga que nos cayó encima desde que aparecieron a la escena política y que se le considere como vestigio fundamental de la peste putrefacta que, cual gangrena, destruyó todo el tejido orgánico de la institucionalidad venezolana, es una estrategia como para andar acongojado, angustiado y desconsolado cual pavo real desplumado.

En los infaustos momentos que padecemos, quien no tenga firmes convicciones morales, se ilustre y se prepare está predestinado, como los miserables personajes de esta panfletaria revolución, a vivir de los falsos elogios o a aparentar que posee algo de materia gris. Los venezolanos no tenemos porque escoger entre el malo y el peor de la revolución que, a final de cuentas, es la misma miasma.
Llueve… pero escampa

Por Miguel Yilales
@yilales

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