“Si es noticia, Indave la tiene”

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La muerte no nos roba a los seres amados. Al contrario, nos los guarda e inmortaliza en el recuerdo.
Se nos fue el colega José Eduvigis Indave Meléndez, pintoresco, amigo fraternal, dueño de un humor del bueno, llamado muchas veces “el terrible”, con quien compartimos más de 20 años de actividad periodística aquí en “El Impulso”.

Eterno amigo y extraordinario comunicador social, no tuvo oportunidad de despedirse porque todo fue muy rápido. Un repentino malestar no estipulado en su hoja médica se lo llevó por el lado del corazón, eso que no sabemos si es músculo o alma.

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No se acabarán las sanas tertulias casi a diario del dominó con los mejores amigos en Patarata, porque hasta Dios nos lo puso como vecino en nuestro reposo de guerreros.

Recuerdo aquella versión de la mujer que a diario comentaba a su marido, “qué sábanas tan sucias cuelga la vecina en el tendedero. Quizás necesita un jabón nuevo, ojalá pudiera ayudarle a lavarlas”.

El esposo miró y quedó callado. Y así, cada dos o tres días la mujer repetía su discurso mientras su vecina tendía las sábanas al sol y al viento.

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Al mes, la mujer se sorprendió ver a la vecina tendiendo las sábanas limpiecitas y dijo al marido: ¡Mira, ella aprendió a lavar la ropa! ¿Le enseñaría otra vecina?

El marido le respondió: ¡No querida, hoy me levanté más temprano y lavé los vidrios de nuestra ventana!
Indave siempre lavaba los cristales para abrir la ventana de su casa.

Si lo que vemos fuera no estuviera en nosotros no lo reconoceríamos. Podemos agradecer a que los otros son un espejo que nos revela realmente cómo somos.

Ese era él. Muy poco le escuché una descalificación hacia alguien y siempre intervenía para sofocar cualquier mal entendido entre amigos.

La honradez era para él un equivalente de su conducta, la devoción. Cómo le hallaba sabor de poesías a lo justo y sabor de poesía al socialismo, y sabor de poesía al amor, y sabor de poesía a la muerte.

Ahora, en este tiempo, se teoriza y se discute acerca del compromiso de los colegas. Trataba de discernir, en nuestras conversaciones telefónicas casi diarias la razón de algunas controversias.

Elevó a encumbradas cimas los vocablos y formas populares de sus disciplinas favoritas como el béisbol, donde más se destacó cuando compartió conmigo esos avatares del periodismo deportivo durante tantos años.

Se arremansó en la trascendental ternura que lo uniría por siempre a los niños en la página “Béisbol del futuro”. Alcanzó su más alta diapasón de congoja en el llanto indeleble cuando tuvo que levantarse para darle el último adiós, a quienes como él cumplían su jornada terrenal, o cuando en su gallardo testamento de solidaridad visitaba a los enfermos que esperaban la muerte sin tacha y las pupilas sin rencores.

Nunca doblegó su espíritu y siempre había una expresión jocosa en su diccionario particular: “Profesor, si es noticia, Indave la tiene”, nos decía cuando llegaba de cualquier terreno de juego con alguna primicia. Jamás doblegó su espíritu. Para hombres así, debe existir lo menos un recodo especial en el Cielo.

Por todas esas ejecutorias, su esqueleto adquirió el derecho justo a ser sembrado para toda la vida y para toda la muerte en el bosque metropolitano de significativos mármoles.

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