La nuez del diálogo

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La lucha por el poder entre las dos grandes fuerzas políticas y sociales que marcan la actualidad se hace cada vez más tensa y exacerbada, hasta el punto de que se ha llegado a considerar que el conflicto pudiera ser zanjado por medio de la fuerza y de una intervención militar, al tiempo que poco se avanza en la comprensión de la naturaleza de las negociaciones que deben entablarse para la superación pacífica de una situación caracterizada por una escabrosa divergencia de base: la oposición, a partir de varias consideraciones, exige la salida de Nicolás Maduro de Miraflores; el sector gubernamental está en desacuerdo con ese planteamiento y argumenta en sentido contrario.
Como todo conflicto, puede avanzar hacia una confrontación violenta y llegar a un desenlace brusco a favor de uno u otro factor, o puede manejarse mediante negociaciones cuyos resultados satisfagan los intereses de ambos bloques. Para esto, es necesario precisar que un diálogo no puede ser entendido como una suerte de juicio para determinar quién tiene la razón o derecho, o si los argumentos jurídicos y constitucionales acompañan a uno u otro factor.
En el caso de Venezuela, habría que constatar que ninguno de los bloques en pugna dispone hoy de la fuerza necesaria para instrumentar su “programa máximo” respectivo. Y, además, no se avizora la desaparición de ninguno de ellos, gane quien gane futuras elecciones. Por tal razón, hay que comenzar por construir un esquema de convivencia entre esas dos grandes fuerzas para luego definir un acuerdo sobre la celebración del referendo o si se marcha hacia la elección de gobernadores y luego las presidenciales de 2018.
Es necesario colocar el problema con la cabeza hacia arriba y los pies hacia abajo: no es cuándo sale el presidente Nicolás Maduro, sino los términos y condiciones en qué pudiera tener lugar una alternancia en el poder, en la eventualidad factible de que el Psuv pierda un próximo proceso electoral presidencial, sea en 2017 o en 2018.
La nuez del asunto es negociar y acordar las formas y garantías de existencia y cohabitación de fuerzas antagónicas, estén dentro o fuera del Ejecutivo. Para ello no basta con invocar la Constitución, porque no hay que olvidar que la democracia no reposa solo en un listado de artículos constitucionales, leyes y reglas como si se tratara de un juego de mesa entre individuos, sino que además se soporta en acuerdos, muchas veces implícitos, entre grupos sociales y élites dirigentes, que reflejan las correlaciones de fuerza más allá de lo estrictamente electoral. Una vez construido este acuerdo, se puede pasar a discutir un entendimiento sobre el “cuándo”, es decir la fecha en que se realizaría una consulta electoral cuyos resultados estarían soportados en los acuerdos a los que se habría llegado con anterioridad.

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