Va Pensiero – Il dolce far molto

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El tema de la felicidad es inmemorial. En occidente las referencias nos llevan hasta el paraíso terrenal donde la humanidad no tenía mayores problemas para conseguir lo que necesitaba. No sabemos cuánto duró ese estado de felicidad, pero todo indica que se agotó con los mismos padres de la humanidad cuando estos desobedecieron el mandato divino de no comer el fruto del árbol del bien y del mal, un nombre curioso y llamativo del que pueden inferirse algunas cosas.

En primer lugar, pareciera que por “fruto de la ciencia del bien y del mal” se hace referencia a la reflexión ética, al acto filosófico de preguntarse acerca del mundo al que estaban confinados y obligados a respetar una regla particular, la de obedecer y mantenerse ignorantes para seguir siendo felices. A mi juicio, esa era la negación de una de las condiciones humanas: la de pensar, conocer, evaluar, etc. a riesgo de perder la condición de animales bien alimentados. Lo que Adán y Eva hicieron fue reclamar el derecho a saber, aun si eso significaba el fin de un chantaje a la dignidad humana: “Yo los alimento pero a condición de que no salgan de la ignorancia”.

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Si aceptamos la historia bíblica, la humanidad comenzó a conocer la infelicidad cuando nos expulsaron y desde entonces andamos en busca del paraíso perdido, de un lugar donde ser felices. Y de eso se han ocupado los filósofos desde la más remota antigüedad. Los griegos, a los que parece que hay que acudir cada vez que se necesita comenzar a explicar algo, distinguieron entre distintas formas y maneras de felicidad. En este caso, Platón no cuenta pues para él la felicidad se alcanzaba después de la muerte, en cambio, su discípulo, Aristóteles afirmaba, de manera muy terrenal, que la felicidad era un asunto de autorrealización, el alcanzar las metas que uno se proponga y que el ser humano pleno es siempre la de un ser feliz. Los seguidores de Epicuro sostienen que ser feliz es sentir placer físico e intelectual y podría discutirse cuanto de la felicidad es también placer o si puede haber placer sin felicidad. Por ejemplo, lo que un borracho en su fase eufórica siente, ¿es solo placer o es también felicidad?
Por ahora, y hasta nuevo aviso, estoy conociendo una manera de ser feliz, la del dolcefarniente, que no es otra cosa que hacer justamente lo que quiero hacer, sin que nadie me lo imponga, vale decir, se trata de un dolce far molto libremente asumido. Porque de eso se trata la felicidad en la ancianidad: con suficiente salud, con dificultades económicas soportables, librado de las obligaciones del ser docente universitario, viviendo con modestia (¿podría ser de otra manera?) en parte principalmente por un espíritu de austeridad aceptado, tengo proyectos vitales que están a mi alcance: reorientar mis escritos hacia la reflexión filosófica para ponerla al alcance de mis lectores, y seguir viviendo en paz con mi compañera, nuestra perra y nuestro gato. Mi vida tiene propósitos y eso, para mí, es la felicidad, lo que Aristóteles dijo y la practica confirma.

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