La salvación de nuestro país reclama de todo nuestro brío, pero también de toda nuestra cordura y lucidez; sólo a través de la conjugación de estos tres aspectos es posible alcanzar la debida efectividad en el abordaje de la lucha por el rescate de nuestra democracia.
En el marco de este planteamiento el peso de la autoridad moral, por encima de otras consideraciones, cobra especial significación a la hora de clarificar el por qué y el para qué volver a sentarse con el oficialismo en una mesa de diálogo, ya que aportaría la requerida fiabilidad en relación a la decisión asumida en cuanto a esta posibilidad. Asimismo, la responsabilidad histórica y republicana de la dirigencia democrática exige que el sentimiento y el anhelo que abraza a la inmensa mayoría de los venezolanos sean la sabia, la energía y la orientación para poder emerger con una postura revitalizada y con resplandor de propósitos ante la esperanza de alcanzar un futuro prometedor y progresista para nuestra maltrecha nación.
Ante lo expuesto se tiene que activar un plan estratégico ajustado al actual contexto que permita revertir la apreciación que invade a buena parte de nuestra población en cuanto a que la dirigencia opositora navega a la deriva en medio de grandes turbulencias. El timón de este barco que se llama “Defensa Democrática” hay que asirlo de manera responsable, porque siempre habrá la amenaza de olas de una borrasca continuada. De allí se deriva la necesidad de confrontarnos con nosotros mismos, como imperativo moral, para esclarecer nuestra participación en esta contienda por la vida, dejando de lado los intereses particulares y el cortoplacismo miope de la solución instantánea; asimismo, domar la mentalidad revanchista y de venganza, teniendo en este sentido cuidado con los exaltados retóricos que nunca proponen nada aterrado a nuestras circunstancias políticas. También debemos protegernos, cuando nos toque gobernar, lo cual será más temprano que tarde, en no continuar con la actual línea oficial de implantar códigos y fórmulas político-económicas ajenas a nuestra propia vivencia y necesidad social. Redefinir el camino a seguir después de este gran desastre político, económico y social, no es sencillo, pero es el gran reto que tenemos por delante.
La responsabilidad política también obliga a internalizar que la lucha emprendida en contra de la consolidación del festín que disfrutan ciertos círculos enquistados en el poder como resultado de esta gran anarquía, no tenga una direccionalidad “caudillesca”; si bien la necesidad de llegar a acuerdos en medio de la diversidad dificulta la línea de acción opositora, la pluralidad de pensamiento y de criterios recoge el sentir de las diferentes y hasta divergentes maneras de visionar el reencauzamiento nacional para bien de todos los venezolanos.
Allí radica el esfuerzo de cohesionar un proyecto de país que imbrique la praxis política con los presupuestos teóricos acordados por la gran mayoría en el marco de la Venezuela anhelada; si hasta ahora las alianzas electorales y ciertos acuerdos políticos han dado frutos, como por ejemplo el triunfo contundente alcanzado en la contienda electoral a la Asamblea Nacional, es de imaginar, entonces, el horizonte que se abriría a través de la alquimia espiritual y de propósitos como instrumento para la construcción de un nuevo ordenamiento social.
Pareciera que esta confrontación entre civilización y barbarie no tuviera salida constitucional a decir de la actitud obcecada del oficialismo en desconocer el padecimiento nacional, de seguir jugando su rol generador de conflictos y de crisis y de pretender ignorar la institucionalidad existente así como su propia minusvalía en el sentimiento del pueblo de Bolívar. Pero los demócratas no podemos apostar a salidas diferentes a las establecidas en nuestra Carta Magna y a las que demanda la razón.
Tarquino Barreto
