La economía venezolana se ha deteriorado en los últimos años, producto de la falta de planificación, de la errónea concepción del esquema productivo, de la inseguridad jurídica y de la ausencia de visión de progreso.
Así tenemos que el Gobierno se ha empeñado en imponer el modelo económico “socialista”, el cual rechaza la propiedad e inversión privada, además establece que los medios de producción deben estar en manos del Estado, dejando de lado la necesaria rentabilidad que debe generar todo tipo de inversión.
Esta equivocada visión del hecho económico ha traído como consecuencia la instauración de un “capitalismo” de Estado, donde el Gobierno ha arremetido contra el empresariado privado, expropiando o confiscando importantes empresas, alejando de esta manera cualquier inversión nacional o extranjera.
Pero resulta innegable que, una vez en posesión de las empresas expropiadas, la mayoría de ellas en plena producción, el Estado las lleva a la quiebra, producto de la incapacidad en la conducción de las mismas y a la exacerbada politiquería y el nepotismo que en ellas se aplican.
También debemos referirnos a la andanada de expropiaciones de fincas y tierras productivas, modificándoles incluso el tipo de cultivo, convirtiéndolas en tierras “arrasadas” e improductivas; el mejor ejemplo lo hemos tenido a la vista con nuestro emblemático Valle del Turbio, hoy convertido en monte y culebras.
De acuerdo con el panorama descrito, la economía del país se ha “desmoronado”, la producción se ha reducido a su mínima expresión, convirtiéndonos en una economía de puertos, donde se importa 80% de todo cuanto se consume, incluida la gasolina, gas y lubricantes, a pesar de ser un Estado productor de petróleo.
No obstante, la crisis económica comienza a revelarse de manera evidente, el desabastecimiento se agudiza, se requieren inmensas cantidades de divisas para cubrir las importaciones, ya se han producido procesos de devaluaciones calculadas por encima del 73%, aunada a una desenfrenada e inclemente tasa de inflación que se ubicó en el 2016 en más del 740% y se perfila para el cierre del año 2017 en alrededor del 2.000%, la más alta del mundo y no se vislumbran soluciones inmediatas ni futuras.
Sin embargo, no vemos por parte del alto Gobierno ninguna iniciativa que nos señale que existe voluntad para rectificar el obsoleto modelo económico existente, y que de esta manera se pueda reactivar el aparato productivo y al fin logremos recuperar aquella vieja etiqueta que nos producía tanto orgullo y regocijo: “Hecho en Venezuela” hoy día sustituida por productos importados, de baja calidad, sin permisos sanitarios y con un deplorable contenido nutricional.
En conclusión, ha llegado la hora de rectificar las políticas erróneas, de dialogar con intenciones de verdad, de recuperar realmente la capacidad productiva que en otrora tuvimos, de incrementar el empleo digno y bien remunerado, de acabar con el desabastecimiento y el hambre, de terminar con la diáspora migratoria de jóvenes y regresar de una vez por todas, a la excelente calidad de vida que merecemos y tenemos derecho los venezolanos. Valor y pa’lante.
