Los 133 cardenales que elegirán al nuevo papa se encerrarán desde mañana en la Capilla Sixtina, ante el fresco de Juicio Final de Miguel Ángel y donde todo está ya preparado, aseguró hoy la directora de los Museos Vaticanos, Barbara Jatta.
En una comparecencia ante los medios, Jatta hizo un recorrido histórico y artístico de la Capilla y mostró cómo ha quedado ese recinto y algunas salas anexas, cerradas desde el pasado 28 de abril para preparar el cónclave.
«Los cardenales tendrán la responsabilidad de su voto bajo la bóveda» (con los frescos del Génesis de Miguel Ángel) y frente a la representación del Juicio Final del mismo artista del Renacimiento, en un trabajó que le encargó el papa Julio II y que llevó a cabo entre 1508 y 1512.
Los purpurados ocuparán en dos filas las paredes laterales y uno de los fondos – el opuesto al muro del Juicio Final – por lo que todos tendrán visibles esos frescos, según el vídeo difundido por la Santa Sede.
Cardenales concluyen reuniones previas al cónclave
Los cardenales concluyeron sus reuniones previas al cónclave el martes, tratando de identificar a un posible nuevo papa que pueda suceder a Francisco y hacer que la Iglesia católica de 2.000 años de antigüedad sea más relevante hoy en día, especialmente para los jóvenes.
Aunque provienen de 70 países diferentes, los 133 cardenales electores parecen estar fundamentalmente unidos en insistir que la cuestión ante ellos no es tanto si la Iglesia obtiene su primer pontífice asiático o africano, o uno conservador o progresista. Más bien, dicen que la tarea principal que enfrentan cuando el cónclave se abra el miércoles es encontrar un papa que pueda ser tanto pastor como maestro, un puente que pueda unir a la Iglesia y predicar la paz.
«¡Necesitamos un superhombre!», dijo el cardenal William Seng Chye Goh, el arzobispo de Singapur, de 67 años.
Es una tarea difícil, dados los escándalos de abusos sexuales y financieros que han dañado la reputación de la Iglesia y las tendencias secularizadoras en muchas partes del mundo que están alejando a las personas de la religión organizada. A eso se suma el estado financiero crítico de la Santa Sede y su burocracia a menudo disfuncional, y el trabajo de ser papa en el siglo XXI parece casi imposible.