Los venezolanos estamos cansados. Es un cansancio profundo, acumulado por años de sobrevivir en condiciones cada vez más duras, mientras quienes gobiernan se aferran al poder como si les perteneciera por derecho divino. Estamos agotados de promesas vacías, de medidas que agravan nuestros problemas, de discursos que maquillan una realidad que ya no se puede esconder. El país que un día prometieron transformar, lo convirtieron en ruinas. Y los venezolanos, con coraje, hemos resistido, pero también hemos alzado la voz.
Durante años nos han querido convencer de que no hay alternativa, que este modelo es el único posible. Nos han dicho que el caos es culpa del “bloqueo”, de los “enemigos externos”, de quienes piensan distinto. Pero ya nadie se traga ese cuento. Más de ocho millones de compatriotas han abandonado el país en la última década, empujados por el hambre, por la falta de oportunidades, por la inseguridad y el colapso institucional. No se van por capricho. Se van porque aquí no encuentran futuro.
El 28 de julio de 2024, ese agotamiento colectivo se expresó con contundencia. A pesar de las trabas, del miedo, de las amenazas, el pueblo votó. Votó para decir “basta”. Basta de vivir con menos de dos dólares al mes. Basta de ver cómo se pulverizan los salarios mientras los precios suben sin control, de mendigar por bonos que no cubren ni lo más básico, de depender del capricho del poder para comer o para ir al médico. Ese día quedó claro que la Venezuela que quiere cambio es mayoría. Que quienes anhelamos democracia, instituciones sólidas, justicia y dignidad humana, somos más.
Ahora, a las puertas de una nueva elección este 25 de mayo, la energía ciudadana vuelve a movilizarse. Hay esperanza, pero también hay urgencia. Urgencia por darle una salida institucional y democrática a una crisis que ha tocado todos los aspectos de nuestra vida. Porque mientras el gobierno sigue hablando de “victorias de la revolución”, la gente no tiene agua, no tiene luz, no tiene cómo cubrir la comida del mes. Los hospitales están en ruinas, las escuelas sobreviven por el esfuerzo de los docentes, y el transporte es una odisea diaria. El bolívar se devalúa cada día, y cada día cuesta más sobrevivir.
Y mientras tanto, el poder guarda silencio. O peor aún, intenta maquillar la crisis con más promesas, más propaganda y más represión. Pero la desconexión es absoluta. El gobierno ya no representa a nadie. Está aislado del país real, de la calle, del ciudadano común. Y ese divorcio entre el poder y el pueblo no tiene retorno.
Este 25 de mayo no se trata solo de un evento electoral. Se trata de una afirmación colectiva de que no nos rendimos. De que seguimos creyendo en la democracia, en la justicia, en la dignidad. Que no aceptamos más imposiciones, ni más resignación. Se trata de reafirmar que queremos un país donde el trabajo honesto permita vivir bien.
Tenemos millones de razones para salir a votar. Por los que están aquí resistiendo. Por los que se fueron y quieren volver. Por nuestros hijos, por nuestros padres, por el país que merecemos. Votar es un acto cívico que, en medio de tanta oscuridad, sigue siendo una herramienta poderosa para exigir el cambio. La lucha es dura, sí. Pero la esperanza está viva. Y mientras haya millones dispuestos a alzar la voz, a organizarse, a actuar, a exigir, Venezuela no está perdida.
Stalin González