De niño Juan Páez Ávila jugaba, trabajaba y leía, era voraz lector de la prensa caroreña y su escritor predilecto era Chío Zubillaga quien admiraba desde las entrañas terrosas de San Francisco, con su Sol metido en la piel como un tábano de aguijones profundos. Leía y escuchaba radio por un aparato de bulbos traseros que debían moverse a cada rato para estabilizar la recepción, pero no escuchaba música ni novelas, solamente noticias, entrevistas y charlas.
Cuando murió Chío Zubillaga su padre le dijo que lo llevaría a Carora, al entierro, pero Juan le dijo que no: Yo quería conocerlo vivo, hablar con él, preguntarle de dónde sacaba sus ideas, pero muerto es ya de otro mundo y otros desiertos distintos a estos de la otra banda”
Fue excelente estudiante en primaria y secundaria y para los estudios de tercer nivel se muda a Caracas, donde se gradúa con honores en el Pedagógico, al mismo tiempo de instituirse como uno de los líderes juveniles más fogosos y capacitados de la izquierda venezolana.
Luego decide estudiar periodismo y se gradúa también con méritos y notas sobresalientes, pasando a ser profesor de la escuela de Comunicación Social. Allí lo conocí, como parte de un trío de eximios catedráticos caroreños, Héctor Mujica, Federico Álvarez y él. Sus clases eran pedagógicas, motivadoras y de gran sentido práctico. Uno de sus trabajos de ascenso académico fue su primera novela, La Otra Banda, la reinvención de su pueblo natal, de San Francisco, el homenaje a tierras y linaje que marcaron su vida.
Siempre de paltó y corbata, con una circunspección amable y cálidas discurrir por la vida académica fue de éxitos escalonados, su figura de catedrático era impecable, pero tenía el Sol de San Francisco adentro y con esta luz ancestral iba iluminando entornos para traspasarlos la magia de un mundo de coroneles y novias furtivas que de su imaginación afloraron a la palabra escrita.
También convirtió en relatos del árido su pasantía por sus quijotescas andanzas por la política y así pudo descubrir el velo de mitos sobre proezas que existieron en el espejo de las ilusiones pero que nunca bajaron a los días huracanados.
Fue candidato a Senador y ganó. Cuando candidato lo acompañamos por montañas escarpadas de la civilización, con gente de lluvia y barro todo el tiempo y casas embadurnadas con grasa de culebra para hacerle muralla al mal de ojo y el granizo. Nos topamos con un oso frontino que meneaba la cabeza de contento, como si fuera un conocido de su hogar en la montaña.
Cuando fue electo Senador viajamos a los mismos lugares que no están en el mapa y con su libreta de reportero bondadoso anotaba reclamos y solicitudes para gestionar su solución donde pudiera ser escuchado´
Superó varios eventos de salud graves, jamás fue sometido por las enfermedades y cada vez que escuchaba el sonar de la guadaña sacaba su lanza y comenzaba una nueva aventura literaria y así peleando contra los años escribió varios libros donde el principal protagonista fue el Sol de San Francisco, el Sol de Carora, el Sol de las tierras áridas, con esa luz partió de este mundo para instalarse eterno en las tardes leonadas de la otra banda.
Jorge Euclides Ramírez