El fantasma de la obstinada espiral de violencia que sacude a Colombia desde aquel fatídico 9 de abril de 1948, cuando fue asesinado Jorge Eliécer Gaitán, volvió a rondar con crudeza la tarde de este sábado. La causa: el atentado sicarial perpetrado en Bogotá contra el senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay, quien recibió dos disparos en la cabeza mientras intervenía en un mitin improvisado.
Este desgraciado suceso ha enrarecido severamente la atmósfera de una sociedad polarizada y crispada en extremo por la incesante controversia política, prueba de que de la agresión puramente verbal, a la física, valga decir, al crimen, suelen mediar pocos pasos. Esto resulta peor aún cuando la principal o más poderosa fuente de combustible para ese incendio proviene del mismísimo centro del Poder, el que debería ser el más interesado en salvaguardar la armonía social, por sobre todas las cosas.
Una frase soltó en un largo y divagante discurso el presidente Gustavo Petro. «El Estado ha fracasado», dijo, en un revelador arrebato de sinceridad. Pero lastimosamente olvidó hacer un llamado a la reconciliación nacional y ofrecerse para liderar, con hechos, y dando el ejemplo, esa impostergable tarea.
En tanto, el senador del Centro Democrático sigue en estado crítico, tras ser sometido a intervención quirúrgica en la Fundación Santa Fe, de Bogotá.
En cuanto al menor de quince años que accionó el arma, en una grabación se le escucha decir: “Yo les voy a dar los números”, en alusión a los contactos de los que habría recibido instrucciones para el ataque.
Por el bien de Colombia, país históricamente hermanado con Venezuela, ojalá este monstruoso caso se esclarezca y no se repita y la nación se encamine a recobrar, al fin, la normalidad que tanto ansía, la paz de la que está tan urgida y tanto merece.
¡Oremos por Colombia!
JAO