En el entreverado de la deconstrucción cultural que sufre Occidente desde hace más de tres décadas, la mayor dificultad que se encuentra para que nuestras sociedades alcancen a conjurar las formas varias de despotismo que se han instalado dentro de ellas – cito a propósito el caso de Venezuela – es la perversión deliberada del lenguaje político, la resignificación de las palabras de uso corriente. Cada uno de nosotros y cada cual, a la manera del Homo Twitter, manejamos el léxico al antojo y al momento de construir relatos o narrativas para venderlas en un mercado de opinión que, por propia naturaleza y dado el ecosistema dominante, es anómico. En este nada tiene sentido y todo vale para sobrevivir.
La movilización social que forja a la historia y fija los marcos de posibilidad para la realización por los individuos de sus proyectos de vida se ha tornado en un imposible. ¿Readquirirá vigor, otra vez, la teoría de las élites?, me pregunto.
En un escenario en el que cada individuo, con propósitos políticos o de poder arguye su derecho a la opinión arbitraria y al detal, mientras duerme la razón en el uso de las redes, es inevitable que aquel se dé por satisfecho sin importarle, acaso convencido de la instantaneidad digital de su esfuerzo, convencer al conjunto y direccionarlo. Es como la idea que se lanza en un río en movimiento e informe. Ni se le contiene, ni se le canaliza en modo de que sus aguas fertilicen los campos que recorren.
El efecto de la deconstrucción que cito y que es en esencia ética y cultural en casi todos nuestros países – la Roma de América no se salva, por lo que vemos – toca no solo al comportamiento intelectual de cada persona, sino que, al banalizarse el medio de su expresión, el de los significantes y sus significados, es decir, la palabra, el mercado de la opinión deja de existir, se paraliza confundido o se vuelve indiferente. Más que Torre de Babel termina como torbellino de falsedades y falacias. Es una suerte de mercado en el que los internautas libremente las toman como verdades o las asumen como dogmas para resistir en el gran casino posmoderno. Todo es imaginación y virtualidad. Hasta el tiempo desaparece bajo el peso de la instantaneidad de las ideas y de los conceptos, importando poco que las palabras no digan lo que deberían decir.
Veamos los ejemplos
En Venezuela recién se aprobó una ley contra el fascismo, situándose dentro de ella como sus sujetos a todos aquellos que el gobierno depredador de Caracas considera enemigos. Es irrelevante la caracterización que del fascismo – como experiencia – hace don Piero Calamandrei en Italia, al definirlo como el gobierno de la mentira. Gobiernos y gobernantes que, haciéndose del control o intimidando a los miembros de la judicatura, la persuaden – atemorizándola, desprestigiándola y hasta encarcelando a sus jueces – para que legalicen las ilegalidades y le hagan decir a la ley lo que no dice, reinterpretándola siempre a favor de los primeros, que sí son típicamente fascistas. Mentir de modo sistemático es la fisiología del poder que estos ejercen.
Otro tanto ocurre con la expresión «derechas», que así tildan los gobernantes progresistas o socialistas del siglo XXI a cualquiera que pretenda desplazarlos o sustituirlos en el ejercicio del poder. De donde la derecha, como expresión deconstruida, hoy alcanza, incluso, al centrismo liberal y conservador.
¡Si me sacan los españoles le abrirán las puertas a la derecha y al fascismo!, espeta Sánchez recientemente. Todos son de derechas en España, por lo visto, hasta sus compañeros del PSOE que le han dejado a la vera. Y fascista de derecha también llamaba Lula a Bolsonaro cuando se vio perseguido por el caso de Odebrecht que le condujera a la cárcel, sin que los jueces le impidiesen volver a Planalto, por decisión popular.
Lo paradójico, a todas estas, es que si le atribuimos la deconstrucción de Occidente al neo marxismo criollo de los foristas paulinos – por más que éstos se hayan olvidado de El Capital de Marx y el Manifiesto Comunista para seguir a Antonio Gramsci – al cabo todos serían liberales. Y esa es la paradoja. Es el resultado de la perturbación del lenguaje político. La tendencia más fuerte del liberalismo, no se olvide, “no comparte el racionalismo constructivista propio de una parte de la Ilustración, o sea la confianza en la razón sostenida por la voluntad de la mayoría, o en la ciencia, que sería capaz de construir el verdadero orden”, como el llamado Estado social de Derecho y sus organizaciones sociales intermedias.
Entre liberales nos vemos
La derecha se ha vuelto inevitable, a pesar del discurso acre y virulento en su contra de la izquierda, incluida la nominalmente democrática. De cara a las mayorías, cuando esta ataca a la primera bajo los argumentos que utiliza, como el tacharla de populista, apenas refuerza en la opinión la memoria de sus pecados. He allí otra vez a la Venezuela de Maduro y la España de Sánchez, nada distintas de la realidad en El Salvador bajo Bukele, cuyos atentados a la democracia y al Estado liberal de Derecho como a las normas más elementales de la ética democrática no se redimen ni les han llevado a la autocrítica.
La derecha es ahora, ciertamente, la obra de un efecto pendular o de voto castigo, luego de treinta años de disolución bajo socialistas del siglo XXI. Es posible, cabe admitirlo, pero es el efecto de la misma deconstrucción cultural que todavía no cesa, el que unos y otros afirmen crean que pueden salvaguardar los derechos humanos de sus naciones a costa del orden constitucional y del imperio de la ley, con desprecio por la Administración de Justicia y su independencia.
La cuestión que nos ocupa, entonces, es más que pertinente. En la misma medida en la que emergen e insurgen ahora en Europa y en las Américas gobernantes de derechas, fascistas según el progresismo, éste, que ha sido el titular de la franquicia y el forjador de la señalada desviación y reminiscencia totalitaria en boga, parecería despertar de su largo «sueño de la razón». Descubren sus feligreses, como cosa inédita, que la derecha emergente es además autoritaria.
En este deslave de galimatías, entonces, si acaso nos sumásemos a la corriente del todo vale, al mismo presidente norteamericano tendría que decirle y sincerarse la izquierda, entonces, que en él ha resucitado Lenin. El populismo, no lo olviden Sánchez y tampoco Maduro, fue el componente que amalgamó al marxismo en los países de “desarrollo retrasado”, tal como lo escribe Domenico Settembrini en su aporte al Diccionario de Política dirigido por Norberto Bobbio (1997). Su último propiciador, sin lugar a la duda, fue Hugo Chávez Frías, discípulo de Fidel Castro Ruz.
Lo único veraz es que, en el tránsito de estas polaridades avanza una corriente que toma cuerpo y que, de cara a la demolición sufrida por Occidente desde la caída del Muro de Berlín, se hace presente con propósitos de reconstrucción de la libertad. Se dice portadora de las banderas del liberalismo.
No ha de olvidar, a todo evento y sin descuidar la corriente de deconstrucción cultural que aún sigue en pie, que el liberalismo económico creyó haberle ganado la batalla al socialismo real. Pero erró en su juicio, a partir de 1989. No logró apercibirse del activismo desatado desde el citado Foro de São Paulo – los marxistas no se fueron a Marte – que, aceleradamente, ocupaba los espacios sociales ganados por la incertidumbre. Aquél se limitaba a reformar al Estado e intentar cambiar los modelos económicos desde el pent-house de la política.
Precisar los contenidos o significados de este significante que se anuncia, el liberalismo, es tarea que no debe postergarse. ¿Es un adjetivo, es un sustantivo? Las certezas del lenguaje serán cruciales, si de lo que se trata es de ofrecerle un horizonte distinto y menos aciago a la gente, ávida de reconquistar sus propias certezas existenciales.
Téngase presente que Antonio Leocadio Guzmán se declaró liberal en el siglo XIX venezolano al separarse de los liberales, a quienes acusaba de conservadores y sólo para diferenciarse nominalmente de estos.
El liberalismo ha sido un fenómeno histórico complejo y presenta particulares dificultades al momento de definírselo. Está vinculado al nacimiento de la democracia, pero esta vez se habla de democracias iliberales, como las populistas o plebiscitarias. En Europa emergió el liberalismo con una tipicidad distinta a la democracia y al socialismo democrático como al catolicismo social y al propio nacionalismo. No alcanzó trascendencia más allá de su nicho continental y el anglosajón, a diferencia de las corrientes de ideas mencionadas, que se volvieron cosmopolitas.
En USA el liberalismo es de izquierda radical y promotor de libertades civiles, tanto como en Italia era conservador y de corte empresarial privado. En el ámbito jurídico es liberal quien defiende al Estado de Derecho garante de los derechos fundamentales frente al Estado. Liberalismo es individualismo según su matriz francesa del siglo XIX, pero la sociedad adquiere su rango dentro del liberalismo inglés.
En Europa, bajo un modelo de monarquía constitucional como el que emergió en 1812 con la celebérrima Pepa, la Constitución de Cádiz, se mostraba al paradigma liberal como el pionero, pues limitaba el poder del monarca, favorecía la representación política y destacaba el valor de la soberanía de la nación y de los derechos individuales de los españoles de ambos continentes, a ser tutelados mediante un mecanismo de control de la constitucionalidad.
Lo que sí es cierto es que bajo dicho nombre y a lo largo de la historia, según ha variado la idea de la libertad, bajo el paraguas liberal se han ubicado “todas las formas de organización del poder que ciertamente no son liberales, desde la absolutista hasta la democrática (pura) y la socialista” real o soviética. Todas a una, al menos las posmodernas, sin decirlo y acaso sin quererlo son creyentes en la emancipación ética del hombre, llámesele varón o mujer. El adanismo sería, de tal modo, una clara expresión de liberalismo.
No por azar se sigue destruyendo la estatuaria en Occidente y se reniegan las raíces de lo que somos desde tiempo inmemorial, en paradoja atizada por el izquierdismo progresista. ¿Acaso es igualmente liberal? Un esfuerzo de discernimiento acerca del liberalismo, en suma, se impone, para evitar las desviaciones y para que sus intérpretes se salgan del redil de las polaridades y de la Babel contemporánea. León XIV bien nos ha recordado que “allí donde las palabras asumen connotaciones ambiguas y ambivalentes, y el mundo de las imágenes, con su percepción distorsionada de la realidad, prevalece sin control, es difícil construir relaciones auténticas”.
Asdrúbal Aguiar