Por: Juan Carlos Méndez Guédez
Debería ser posible construir un mapa de las ciudades donde aparezcan los abrazos, las pequeñas palabras compartidas con quienes hemos querido, con quienes nos han querido en ellas.
Son muchos los años en que vivo lejos de Barquisimeto. Ya no hay diciembre ni agosto, ya no hay fines de semana o carnavales en los que mis pasos se muevan por la Avenida Vargas, por El Obelisco, por la Ruezga, por La Floresta o por el estadio Antonio Herrera. Ya hace mucho tiempo que no camino con mi prima Amparo buscando regalos navideños por la 20 mientras mi madre pide que volvamos pronto a casa, que tengamos cuidado porque allí en diciembre no se camina, sino que la multitud te arrastra.
Son muchos los años, pero no hay hora del día en que no piense la ciudad, en que no me vea en un porche hablando con Amparito, mirando cómo escabullirnos al Bodegón de Chucho para refrescarnos; en que no imagine que estamos yendo al estadio para ver a Cardenales de Lara; en que no piense que estamos llamando a Radio Tricolor para pedir una canción de moda.
Lo sé; digo muchos nombres que ya no existen; las ciudades cambian sus rostros; sus lugares. Las ciudades se van de viaje y no nos llevan con ellas; pero hay una persistencia del recuerdo, hay un mapa de los abrazos en lo que aquello que un día fue, sigue siendo siempre.
Cada día, tan lejos como ahora vivo, yo sigo aprendiendo a bailar con Amparo o voy a El Impulso para cobrar por unos poemas que me han publicado y ella me acompaña y me dice que deberíamos celebrarlo en La Pimpina. Cada día escucho la voz de mi prima que hace bromas combinando los nombres de nuestros abuelos tocuyanos y quiboreños para inventar nombres nuevos que yo pueda usar en mis novelas.
Hay un mapa de Barquisimeto que solo existe en mí por los abrazos de Amparo, por la risa con que ella alumbraba los días; por sus mensajes y llamadas cuando ya estábamos lejos.
Decía Elias Canetti: “Ningún hombre conoce toda la amargura que lo aguarda, y si de pronto se le presentase como un sueño, él la pondría en tela de juicio y apartaría su mirada de ella…No hay ningún dolor que no pueda ser superado por otro, lo único infinito es el dolor”.
Mientras preparo estas líneas Barquisimeto es dolor, es naufragio, es ausencia y familia. Pero no puedo olvidar que conocí la ciudad más bella, la ciudad más alegre, la ciudad más cariñosa que eran todas y cada una de esas calles por la que paseaba con Amparo. Voy a llevarle la contraria a Canetti; convertiré la amargura en memoria, en celebración por la belleza que alguna vez me regalaron, en la ternura de quien alguna vez bailó cumbias con su prima.
Hace años, en un aeropuerto lejano, frente a un policía antipático que miraba y miraba mi pasaporte, cuando con malos modos me preguntó quién era yo le advertí en voz baja: “soy uno de los Guédez, de los Guédez de Barquisimeto; soy el primo de Amparo”. Al hombre le pareció tan extraña mi respuesta que me dejó entrar al país.
Nos quisimos tanto, prima. Ahora inventaré la vida de seguir queriéndonos, sin ti. Pero contigo siempre. En Barquisimeto.
Juan Carlos Méndez Guédez