La poesía se quedó sin Ángela de Rodríguez

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Hay uno de sus poemas que la resume en su exacta medida. Comienza así:
No conozco tristeza ni quiero conocerla;
Prefiero la alegría me acompañe siempre,
Aunque a veces la vida se presenta inclemente;
Deja huellas de hastío y surcos en la frente.
Pero llegan momentos donde todo se olvida
Y quedan recuerdos que nos dejan secuelas
Para toda la vida.

Ángela Teresa Moreno de Rodríguez no conoció la tristeza porque hizo de la vida un traje a su medida. Poeta de palabra cultivada, esposa y madre ejemplar, se marchó sin hacer ruido, sin tiempo para mayores despedidas porque Dios la quiso premiar con el encanto de su sonrisa hasta el instante final.

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Madre de Rosángela, Nilson, Alcides, Ana Cecilia y Luis Rodríguez Moreno, periodista y quien ocupó la jefatura de Redacción del diario EL IMPULSO por largo periodo, abuela y bisabuela, tenía hermosa costumbre: la de regalar cartas de esmerada escritura a quienes quería por el afecto familiar o la sincera amistad.

Todos la apreciaban y respetaban. Vecina del Santuario de la Paz, admirada también por su trabajo docente y la sabiduría de su conversación, cuando publicó su libro Flores del tiempo (resumen de su quehacer poético) hubo fiesta en Barquisimeto.

En este texto, el historiador, filósofo y profesor Sinecio Márquez Sosa, la recuerda en su juventud escribiendo «poesías a los campos, a las nubes, a los santos y a los amores. Luego sus flores humanas nacieron, se avivó el hogar en las vegas de Chabasquén, cruzó el lago con ellos y, al fin, en Barquisimeto, hizo su amplia posada en las calles de San Juan. Otras flores, otras fuentes, otros campos: las relaciones humanas, los infinitos amigos y amigas, las plazas, los domingos, las andanzas con la Divina Pastora y los salones y cursos».

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En estas líneas, Márquez Sosa también recuerda «sus días de maestra» que cambió «por el banquete perpetuo de velar y convivir con los nietos.
Pero nunca cambió, eso sí, esa pasión por recoger versos donde los demás veían rutina. Ella, en su mundo de flores, de nubes, en su vivencia doméstica y amorosa, consiguió tiempo para escribir y dejar en cada uno de los suyos, esa herencia intangible que hoy valoran como el oro.

Se marchó Ángela Moreno de Rodríguez, la abuela, la amiga, la poeta y la mujer de bien, quien defendió la alegría como un patrimonio y en cuyo nombre, y por respeto a esa decisión, se prohíbe llorar. Viva, entonces la alegría llamada Ángela Teresa quien desde el cielo bendice a los suyos y les pide cambiar lágrimas por sonrisas porque ella ya lo dejó escrito: «No admitamos tristezas, que nos enferma el alma (…) y a sembrar nuevas flores con perfumes distintos».

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