La legítima defensa mediante la fuerza militar, somete a ésta a condiciones rigurosas para que se le otorgue a esa defensa el valor de legitimidad moral.
Es preciso, según la moral católica, que esta legitimidad cumpla: 1. Que el daño causado por el agresor a la nación, o a la comunidad sea duradero, grave y verdadero. Y no un supuesto daño futuro y a veces imaginario;
2. Que los demás medios disponibles para poner fin a la agresión hayan resultado impracticables e ineficaces;
3. Que se tengan posibilidades serias de éxito, cosa por demás difícil de saber, como tampoco el que el empleo de las armas no cause mayores males y desórdenes que el mal que se pretende eliminar, en especial con armas sofisticadas cuyos males tienen más duración.
La acumulación de armas es para muchos una manera paradójica de apartar de la guerra a posibles adversarios, pero ella no elimina sus causas y se corre el riesgo de agravarlas. Las injusticias, las desigualdades y daños económicos y sociales, la envidia, la desconfianza, y el orgullo de hombres y naciones amenazan sin cesar la paz, y causan la guerra o las propician. Los gobernantes y ciudadanos están en el deber humano de evitar las guerras, aún las que se consideren limitadas, pues ellas tren consigo enormes daños sociales y económicos, y de muertes.
Legitimidad moral
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