Oscar Battaglini: “No les gusta para nada el injerencismo gringo, pero si les gusta la injerencia cubana, la cual no solamente han propiciado, sino que han dejado llegar al extremo de lo escandaloso”.
Y usted, estimado lector, se preguntará quien es Oscar Battaglini. Pues bien, se trata de uno de los personajes pertenecientes al ñangarismo jurásico más ortodoxo de la izquierda universitaria. Fue dirigente de uno de esos micros grupos del comunismo nativo llamado Organización Revolucionaria (OR), brazo armado de la Liga Socialista, donde militó Jorge Rodríguez padre. También formo parte de sus filas el actual locatario de Miraflores, palacio presidencial conocido hoy como “Ciliaflores”. Igual militó allí mi “alto pana” David Nieves, uno de los presos por el secuestro de William Niehous, quien en una entrevista radial con el periodista Mario Villegas dijo que aquel secuestro “fue un autentico horror político y la peor acción de la izquierda en la historia venezolana”.
Battaglini luego ocupó un cargo en el CNE como rector principal hasta 2006. Después no se supo más de este personaje hasta que empezó a escribir en el semanario La Razón. En este medio le hemos leído posiciones críticas contra el régimen, pero lo que afirmó en relación a la injerencia cubana confirma lo que la MUD ha venido denunciando desde hace largo rato.
A propósito de injerencismo y de imperios, en estos días hemos sido víctimas de una incontenible verborragia de la cúpula roja, desplegada a través del poder mediático del régimen, que nos obliga a escuchar sus más cursis incoherencias, agarrados de una decisión del gobierno de Obama, quien no quiere que siete violadores de derechos humanos de los venezolanos visiten su país. Por eso no se entiende la alharaca de esa cúpula, la misma que no solo impide la entrada de muchos extranjeros y ha expulsado de Venezuela a otros tantos, después de insultarlos, perseguirlos, humillarlos y vejarlos.
Doble discurso rojo. Para esta cúpula roja en el poder existe una injerencia mala y otra muy buena, que no solo se propicia –Battaglini dixit– sino que se paga con lechugas verdes constantes y sonantes, sin que importe que el oro negro se cotice a menos de 50 $. Lo que se destina a sostener la vetusta tiranía castrista no se toca, ni con el pétalo de una rosa. Todo lo demás es irrelevante para el cogollo militarista-despótico que nos desgobierna, incluso el hambre de los millones de venezolanos, que mal gastan su tiempo en interminables colas para malcomer con lo poco que consiguen.
La injerencia cubana se celebra y acepta como algo natural. En efecto, en las aglomeraciones del PSUV hay más banderas cubanas que venezolanas. Quienes las portan las colocan en primer plano, para que el mundo sepa quién manda en la que fue conocida como la patria de Bolívar. Las decisiones se toman en la Habana. Desde las más intrascendentes para los venezolanos como darle su Hojilla a Mario Silva, hasta encarcelar sin miramientos a Antonio Ledezma, Alcalde Metropolitano de Caracas.
La injerencia mala es la del gobierno norte americano, único paganini del petróleo, de cuyo monto se destina una buena cantidad a subsidiar la dictadura castrista. Hoy en avanzadas negociaciones con el imperio gringo para sustituir al pitcher de turno, que ya no rinde lo suficiente para mantener a las 11 millones de almas que sobreviven en “el mar de la felicidad”.
Por cierto, la bandera de las barras y las estrellas, a diferencia de la cubana, se quema en cuanto mitin, marcha o sesión espiritista convoquen los serviles del imperio castrista. Parafraseando a Battaglini: “extremadamente escandalosa es la injerencia cubana en Venezuela”.
