#Opinión: El síndrome de la derrota electoral Por: Alexis J. Guerra C.

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Planteamientos

Ocurre que en medio de la tensión y crispación de nervios cada vez en ascenso por la cercanía del momento culminante del proceso electoral, cuando se anuncian los resultados definitivos, buena parte de la ciudadanía que da por descontado el triunfo de su candidato, se resiste a imaginar que este pueda perder. Un ejercicio consciente y racional, con toda la pasión que pueda impregnarlo, tratándose de una contienda donde se escoge a uno solo de ellos, en sana lógica -como suele decirse– debería incluir la interrogante: ¿Y si mi candidato pierde?
Independientemente del mayor o menor grado de capacidad del cual se disponga para enfrentar una posibilidad adversa que depare la realidad, la incertidumbre combatida por la ilusión del triunfo, al calor de una campaña con todo los recursos estratégicos puestos en juego, debería dejar un resquicio, al menos un pequeño espacio para enfrentar la evasión, de manera tal que los efectos psicológicos que se derivan del sentimiento de impotencia y frustración afectando la salud de cada uno de nosotros, pudieran minimizarse.
No es únicamente asociar la presencia de mariposas revoloteando en el estómago con el pensamiento de la pérdida, sino también comprender con antelación y, por consiguiente, advertirlo, que la angustia por la espera del momento crucial puede traducirse en insomnio, taquicardia, ataques de pánico, disociación, entre otros síntomas, que pueden acentuarse por la derrota, asumiéndola como si el mundo se acaba. Por supuesto, dado el nivel de polarización existente en el país, es predecible el efecto desmoralizador que una situación de tal naturaleza puede generar en el colectivo.
Una de las experiencias que suele mencionarse al momento de discutir este tipo de implicaciones está representada por el Síndrome de Vietnam, el cual alude a la situación que vivió buena parte de la sociedad estadounidense a raíz de la derrota que les infringiese un país perdido en el continente asiático frente al cual se desplegó todo el arsenal militar en una de las guerras más largas que se haya librado y a un costo considerable en vidas y recursos, lo cual no termina de explicar la humillación sufrida.
En esa suerte de patología implícita en la búsqueda de explicaciones a la conexión intersubjetiva en el plano político que ha logrado establecer el presidente Chávez con un grueso sector de la población, obviando otro tipo de factores, también se recurre por analogía al denominado Síndrome de Estocolmo. Ese grado de politización tendría su soporte en la desmedida intervención del Estado, efectivamente limitando el sentido del espacio en la psicología de un amplio sector de la población, de manera similar a como el secuestrador acota el espacio de su víctima. En la proyección que pueda hacerse de los resultados, desde ya, si los sectores de la oposición no logran romper esa dependencia, igualmente es previsible el sentimiento de impotencia y frustración que puede generarse y, pretenda ser canalizado hacia actos de violencia.
En esa línea de comportamiento postelectoral, se trazan y divulgan demandas directas a Henrique Capriles Radonsky, alertándole acerca del Síndrome del Candidato Sumiso (SCS), una variante del Síndrome de Estocolmo. Se trataría de la tendencia de los candidatos de oposición que pierden las elecciones y de inmediato salen a reconocer el triunfo de Chávez, conducta ilógica a los ojos de quienes le respaldaron y que conduce a demorar la recuperación democrática, según quienes la propugnan. Manuel Rosales habría sido víctima del mencionado síndrome, el 3 de diciembre de 2006, que lo condujo a una “aceptación pública y apresurada de un derrota indemostrada”. Subyace en el argumento, la imposibilidad de la pérdida, el desconocimiento del árbitro electoral  y el llamado a fraude, insistiendo en crear las condiciones previas para ello.
JJRendón, consultor electoral, reconocido por su asesoría a partidos políticos colombianos en tiempos de elecciones, en reciente entrevista declaró: “Si yo tuviera que darle un consejo a Chávez suponiendo que sea un demócrata le diría que se prepare para los dos escenarios”, y añadió: “un demócrata debe saber ganar o perder”. Obviamente, una sugerencia válida para todos los venezolanos, incluyendo también a Capriles Radonski.
Hace siglos Eurípides, filósofo  griego, sostuvo que “para lo inesperado un Dios abre la puerta”, lamentablemente no estamos preparados para lidiar con este tipo de eventos. El pensamiento complejo, la inteligencia emocional y el análisis estratégico obligan a intentar diseñar los probables escenarios ante los cuales discurrirá la vida ciudadana e institucional del país al alumbrar el 8 de octubre. Sin duda, una manera de atenuar el síndrome de la derrota electoral.

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