Sueño olímpico

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En los viejos tiempos del deporte, descritos por algunos como los del romanticismo, el grado sumo para un atleta estaba dado en una incursión en los Juegos Olímpicos y un palmarés apuntalado por los triunfos y las estimulantes medallas. Más adelante, en lo moderno, actualidad, con diferencias marcadas, el deporte, devenido en espectáculo, es con las arcas abiertas.

En el pelotón de antaño, con entrega infinita “como guía, ejemplo y orgullo del ciclismo”, definido así por el periodista Alfonso Saer en diciembre de 2013, don Héctor Alvarado, barquisimetano de cepa, quien, en fecha reciente, montado todavía en esa azulada costa que es el ciclismo, rebasó los 96 años de edad y dejó constancia, en su envión, aunque menguado en su potencia por las marcas del tiempo, que viene por más.

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Pocos días atrás, en medio del diario quehacer y con un Giro de Italia en plena efervescencia, en su lento caminar, acompañado, o mejor, llevado de la mano por su apegadísima Olga, Héctor Alvarado, a secas, irrumpió en el pelotón periodístico de El Impulso y, casi con lágrimas en sus ojos para bañar sus evocaciones, con dejo de lamento, hace la confesión que él quiso ir a unos Juegos Olímpicos, salvo que, para su época, Venezuela no estaba registrada en el Comité Olímpico Internacional (COI). Fue su gran sueño, interrumpido no por la falta de condiciones físicas, sino administrativas, las cuales estaban fuera de su alcance porque era la dirigencia deportiva la que debía zanjarlas.

 

Ciclismo pionero

La aspiración máxima, ese sueño trunco de Héctor Alvarado le produce palpitaciones máximas, arco de la ceja plisado por el momento y una mirada triste en el cara a cara con el periodista, porque fue precisamente el ciclismo con uno de sus atletas, Julio César León, el primero en incursionar en la justa olímpica el 7 de agosto de 1948 en Londres, luego que Venezuela cumpliera con todos los requisitos.

Alvarado, uno de los primeros en ser exaltados al Salón de la Fama en el deporte larense en 1983, no lo dijo: “pude haber sido yo”. Entubó la frase en las entretejidas sedas de sus cuerdas vocales, pero en las entrelíneas de su silencio, el interlocutor lo interpretó y lo manifiesta sin sordina, claramente, “pudo haber sido él”.

Méritos no le faltaban, porque de acuerdo a los registros históricos, llevados con precisión matemática en el rigor hemerográfico de los periódicos de la época, años 30 y 40, lo hizo en el kilómetro contrarreloj, modalidad en la que Alvarado había sostenido intensos duelos y vencido en varias oportunidades al oriundo de Trujillo, pero enraizado en las laderas del Ávila en Caracas, en esa pista de tierra llamada “José Pérez Colmenárez” en los predios de Catia, mucho antes que se construyera el velódromo Teo Capriles para los Juegos Bolivarianos de 1951.

Antes, en los Olímpicos de Berlín en 1936, Teodoro Capriles, con una incursión inicial en atletismo del que salió por lesión y luego excelso ciclista, seis veces campeón nacional de fondo y primer criollo en obtener medallas doradas en citas del ciclo olímpico –I Juegos Bolivarianos de 1938 de Bogotá en Colombia y IV Juegos Centroamericanos y del Caribe en ciudad de Panamá- intentó ser el pionero pero el tener un Comité Olímpico Venezolano (COV) casi en ciernes (23 de diciembre 1935) postergó en definitiva sus aspiraciones de ser el pionero.

Sin embargo, fue el ciclismo con Julio César León, una docena de años después el que despejó el camino, abonado cada cuatro años con una participación que ha crecido con los años, diversificada en varias disciplinas.

 

Rivalidad manifiesta

Si de pergeñar la historia se trata, Héctor Alvarado conoce bastante, como si hiciera gala, como buen pistero, de la casi desaparecida técnica de sur place, esa que se ejecuta en el sitio, sin titubeos con el objetivo de mellar al rival.

La confesión de su sueño olímpico no cumplido, además de ser un secreto primeramente bien guardado en las arcas de la vida, pero ahora a muchas voces, tiene sus soporte hemerográfico.

Una pequeña carpeta amarilla en sus sudorosas manos, contentiva de recortes del periódico capitalino El Universal, da cuenta del duelo Alvarado-León, integrantes de los clubes Venezuela y Olimpo, respectivamente, en la prueba del kilómetro contrarreloj, cumplida en definitiva con 13 pedalistas, al agregarse los pertenecientes a los clubes Diamante y Paraíso, todos anclados en la ciudad de Caracas.

La cita, de acuerdo a la crónica del periodista J.R. Castrillo y titulada a ocho columnas: “Héctor Alvarado consumó gran hazaña/derrotó y rompió récord nacional de Julio C. León”, se dio en una avenida caraqueña y fue dominada por el oriundo de Barquisimeto, quien posteriormente recibió una copa de plata que le entregó el vicepresidente de la Federación de Ciclismo, Cornelio Keletty.

Marcó ese día en el ejercicio Héctor Alvarado tiempo de un minuto, 14 segundos y cinco décimas, guarismo excelente para aquellos tiempos, pero hoy día, distante, muy distante de los que se dan en los óvalos mundiales.

Orló Alvarado en ese año olímpico de 1948 su título nacional del kilómetro contrarreloj, de velocidad y resistencia con el galardón de “Mejor Ciclista de Venezuela” otorgado por los cronistas deportivos del país.

Extendió Alvarado su carrera como atleta activo por tres años más, hasta 1951 cuando decidió por voluntad propia apearse de su bicicleta, pero no de la disciplina, porque su entrega ha sido constante, educativa, como lo anticipara en pocas líneas con justicia, certeza y rango premonitorio el mismo periodista Castrillo en relación al Maestro: “puro cariño, animación y fervor por el ciclismo”.

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