¿Por qué tanta hambre?

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Buena Nueva

Entre los milagros de Jesús que deben haber impresionado más, sin duda se destaca el de la multiplicación de los panes y los peces (Jn. 6, 1-15). Tanto así, que nos dice el Evangelio que tuvieron la intención de llevarse a Jesús para proclamarlo rey.
¡Cómo habría sido ese acontecimiento! Una multitud de unas quince mil personas (nos dice el Evangelio que eran como cinco mil hombres) seguía a Jesús para escuchar sus enseñanzas. Llega la hora de comer, y con sólo cinco panes y dos pescados el Señor va repartiéndolos y saca comida para saciar a toda esa multitud … y todavía quedaron sobras.
¿De dónde salieron los cinco panes y los dos pescados? Había un muchacho entre los presentes que los llevaba consigo. Ahora bien ¿podía el Señor haber sacado alimento de la nada o necesitaba el aporte del chico? Dios es todopoderoso y hubiera podido alimentar a aquel gentío de la nada. Entonces ¿qué nos quiere decir el Señor con el aporte del chico?
Por cierto no es éste el único pasaje en que Dios requiere del aporte humano para remediar una necesidad. Cuenta el Segundo Libro de los Reyes (2 R 4, 42-44) de una situación similar. El Profeta Eliseo recibe veinte panes y ordena a su criado repartirlo entre cien personas. Ante la objeción del criado por lo insuficiente del alimento, Eliseo insiste aduciendo que “dice el Señor: ‘Comerán todos y sobrará’”. Y así fue, tal como dijo el Señor. Otro milagro de multiplicación.
En el caso de Eliseo, de veinte panes comieron cien. En el caso de Jesús, de cinco panes y dos peces comieron unos quince mil. Las cantidades no importan sino como dato referencial. Lo importante es el milagro de la multiplicación, la providencia del Señor para con los que necesitan y el aporte requerido para proveer en forma milagrosa.
Cabría preguntarnos, ¿por qué entonces hay tanta hambre en el mundo, si Dios es todopoderoso y puede multiplicar lo poco que los seres humanos aportemos? Los dos milagros no se realizaron de la nada, sino a partir de insuficientes y realmente escasos comestibles.
Dios desea nuestra participación, nuestro aporte. Y ese aporte suele ser como el del muchacho: muy insuficiente, muy poca cosa, una nada. Pero Dios lo quiere y hasta lo exige para El intervenir. Y cuando el hombre da su aporte, Dios interviene multiplicándolo.
El chico de este alimento multiplicado donó toda la comida que llevaba para él. Fue muy generoso. En el caso de Eliseo, fue un hombre que le llevó los primeros frutos de su cultivo. Y nosotros ¿damos al menos de lo que nos sobra para que Dios haga milagros con nuestros aportes?
“Abres, Señor tus manos generosas y cuantos viven quedan satisfechos. Tú alimentas a todos a su tiempo” (Sal. 144). Es Dios, que en su Providencia Divina, da el alimento cuando se necesita y todos quedan saciados. ¿Qué falta, entonces?
Hay un canto popular-litúrgico que resume en sencilla poesía la generosidad del chico en la multiplicación de los panes:
Un niño se te acercó aquella tarde / sus cinco panes te dio para ayudarte / los dos hicieron que ya no hubiera hambre. / También yo quiero poner sobre tu mesa / mis cinco panes que son una promesa / de darte todo mi amor y mi pobreza.
Si tal vez diéramos todo nuestro amor, las cosas cambiarían, se remediaría un poco el hambre. Si amáramos a Dios sobre todas las cosas, podríamos aprender a amar como Dios quiere que amemos. Así podríamos darnos cuenta de las necesidades que requieren ser remediadas. Comenzaríamos a ser sensibles a las carencias de los demás. Comenzaríamos a ser generosos, como el muchacho del Evangelio, dando de lo mucho o de lo poco que tenemos.

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