El ilustre manchego

Lectura
Para que un hombre de cincuenta años resuelva hacer realidad a la caballería andante, debe habar privado la más férrea voluntad. Cuánto tiempo hubo de leer y releer novelas de caballería para aprender todo ese bagaje de conocimientos que memorizaba y llevaba a la práctica en sus desventuradas aventuras. Solamente un maravilloso ingenio intelectual pudo hacerlo persistir en tan quiméricos propósitos. Como soñador, don Quijote, fue un intelectual; todo intelectual es soñador. La lectura es otra cualidad intelectual. El manchego leía mucho, “se enfrascó tanto en la lectura –dice el texto-que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer se le secó el celebro, de manera que vino a perder el juicio.” Es otra característica del intelectual, sumido en ese mundo, los demás lo cuentan como bicho raro. Su mentalidad tan llena de fantasías había asimilado inteligentemente todo aquel contenido de los libros y lo revivía como militante caballero andante. El ilustre manchego asumió desde el principio el protagonismo de sus fantasías y fue el principal actor de sus aventuras..De manera que su locura fue una lucha quimérica de su mundo intelectual contra el mundo real. Son gigantes para él los molinos de vientos y fantasmas las odres de vino. En el suceso de los galeotes, la realidad coincide con sus ideales; con nobleza y desprendimiento otorga libertad y endereza entuertos.
El quijote fue un caballero muy instruido; tan instruido fue que, de ese lugar de La Mancha que el copista no quiso acordarse, posiblemente debió ser el poblador que tuvo la más completa biblioteca personal. Biblioteca que quemaron el cura y el barbero, pero que en el recuento y selección de obras consiguieron mucha literatura de actualidad: libros de caballería, novelas pastoriles, tan de moda entre los escasos lectores de entonces, y mucha, pero mucha poesía. Tanta actualidad albergaba que hasta una novela pastoril, “La Galatea”, del biógrafo narrador estaba entre los textos de aquella biblioteca del manchego.
La imprenta de Gutenberg apareció en 1450 y desde entonces se extendió por toda Europa y por toda España. Esta situación favoreció la sed de saber del ingenioso hidalgo, que en “los ratos que estaba ocioso” –que eran los más del año-, se daba a leer libros con tanta afición y gusto que olvidó toda responsabilidad, y vendió mucha de sus tierras de sembradura con el solo propósito de adquirir libros. De modo que a la difusión del libro por la imprenta, intelectuales como el Quijote se hicieron de una sólida cultura y formaron buenas y grandes bibliotecas. El amor por la lectura es también otra cualidad intelectual de seres como el ingenioso hidalgo. La ilustración para el empedernido don Quijote fue tan necesaria que no lo podía ocultarla; andando por una calle se topó con una imprenta y entró. Conoció del proceso de impresión y de los textos que en ese día se estaban editando. A Muñatón –Frestón, enmendó don Quijote-, le atribuyó la sobrina la pérdida de los libros de su biblioteca. Dijo la sobrina que “había llegado en una nube, y apeándose de una sierpe en que venía caballero, entró en el aposento (de los libros) y salió volando por el tejado y dejó la casa llena de humo.” Con este cuento mentira, la sobrina soluciona el caso de la quema de los libros.
Cervantes tenía la idea de escribir una obra para acabar con las novelas de caballería, y encomendó la tarea a un intelectual de mucha voluntad que con sus quiméricas andanzas logró plenamente el objetivo de su creador.
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