#opinion: El Divertido Barquisimeto De Antonio Serradas (3) por: Ramón Querales

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Cuenta Serradas una anécdota protagonizada por el Dr. Alberto Mendoza Manzanilla, a cuyo consultorio llega una despampanante chica cuyo oficio vale mejor no mencionar. Se queja la joven de estar siempre cansada, con desgano, agotada y sin deseos de moverse. Preguntó que si aquel malestar sería por falta de vitaminas o a consecuencia de la baja presión.
La observa el doctor y le dice: – Usted no tiene nada grave. Ha estado trabajando “demasiado” por lo que le sugiero que deje la cama por unos días.
Existía en Barquisimeto una carnicería llamada “Segovia”, propiedad de un amigo de Serradas llamado Francisco Suárez Castro a la cual llegó una clienta que solicitó un kilo de carne de lomo.
Al lado de la señora y como esperando turno para ser atendido se encontraba un hombre. Cuando Suárez le está envolviendo su pedido a la señora ésta pega un grito horrible y el supuesto cliente, sale corriendo del local pero cae en brazos de un policía que alertado por el grito de la señora venía corriendo hacia la carnicería.
Llevado a la policía se comprobó que el hombre no era un pacífico cliente sino un peligroso ladrón que pensaba atracar aquel establecimiento.
“Aclarado el asunto y detenido el delincuente – escribe Serradas- Paco se acerca a la señora y le dice emocionado:
“- Señora, usted evitó que ese hombre me robara. ¿Como se dio cuenta de que era un atracador?
“Y la señora contestó con inocencia:
“- Yo no me di cuenta que ese hombre era un atracador, el grito que yo pegué fue cuando usted me dijo el precio del kilo de lomo”
Y es que entonces todavía no funcionaba el Indepabis que a veces trata de controlar los precios abusivos en las carnicerías de Barquisimeto.
Alfredo y Roberto son nombres de personas nombradas por Serradas cuya identidad completa no precisa en unas coplas de su autoría. De Alfredo dice que “Llegó a la gobernación / con la boquita fruncía, / sin un palito de ron / y esas patotas torcías.
“Desde ese día está en camita / refunfuñando sus males / y le soba las ‘paticas’/su ‘ataché’ Víctor Querales”.
En una oportunidad Serradas informó acerca de los numerosos sobrenombres que le daban a Gustavo Carmona (q.e.p.d): el centauro de Carora, Juan Centella, El hombre del caballo verde, El jinete solitario, Sota, caballo y rey, Sobre mi caballo yo y sobre yo mi sombrero, Ahí, mi caballo, El caballo de Troya, El brujeador de la sabana, Paya y centella, Caballito del diablo.
Cuál era la explicación de cada uno de esos nombres seguramente podría decirlo gente, como Luis Rodríguez Moreno, que tanto tiempo trabajó al lado de Carmona.
En un sellado del 5 y 6, propiedad de un señor de apellido Gallego, llega Antonio Serradas y se encuentra con el bachiller Tomás Lucena Yépez quien, al ver a Serradas lo saluda y le dice:- Aquí amigo, haciendo un cuadrito a ver quien quita. Y Serradas le responde – amigo Lucena, quien quita es el Hipódromo.
El ingeniero Víctor “Vigorón” Rodríguez le contó a Serradas que en una ocasión el gobierno decidió construir una carretera en una zona montañosa del Estado para lo que enviaron a un ingeniero a tomar las medidas y trazar la vía carretera, en lo que estaba muy diligente cuando se le acercó un campesino y le informó que por allá, soltaban un burro y por donde el jumento se iba, por ahí ellos trazaban el camino que necesitaran.
Preguntó el ingeniero qué cómo hacían cuando no contaban con burro, contestándole el campesino: -ah, usted ve, entonces si hacemos vení a un ingeniero.
Durante la recepción celebrada con motivo de la inauguración del Banco de la Construcción y de Oriente (¿existe todavía?) cuenta Serradas que Juan Cordero Dorta le explicaba a Luis Moreno que él se había retirado y Serradas que lo oyó, preguntó: ¿de la caña? A lo que Moreno le contestó inmediatamente –Nooo, de Radio Caracas.
Comenta Serradas acerca del espíritu bondadoso de José Juan Delgado que algunas muchachas de EL IMPULSO aprovechaban para pedirle colitas hasta Santa Isabel, Colinas de Santa Rosa u otros alejados sitios donde vivían y que Pepe Pito jamás se negaba lo que comentado en el Colegio de Periodistas, provocó un comentario chinche del fotógrafo Alejandro Rojas,”Rojitas”: -Es que José Juan, como trabaja en EL IMPULSO; cree que todavía tiene “el impulso” de los veinte años.
A la llamada Farmacia “Mundial” llega desesperada una señora con un niño en los brazos diciendo que su hijo se tragó una bala calibre 39 y pide ayuda a Luis Dréyer quien le atiende y le dice:
“-Dele un frasco de aceite de castor… pero ¡basirruque, apunte al niño hacia otro lado, señora!
Según parece el arquitecto Iván Faroh (q.e.p.d.) era aficionado a la cacería y el siguiente es un cuento narrado por Serradas: en un grupo de amigos, Faroh contaba a unos amigos lo que hizo en la reciente semana santa.
“-Pues como les vengo contando, resulta que yo salgo a un claro de sabana y veo a un señor tigre… así de este tamaño, ¡bicho feo! Quietecito estaba en un montecito. Levanté mi rifle, le metí ese pepazo y le destrozó la punta de la oreja derecha y la pata izquierda”.
Los amigos que lo oían le dijeron que no era posible con una sola bala herir en dos partes diferentes. Y Faroh les argumentó: -¡Es que resulta, vale, que cuando yo disparé, el tigre se estaba rascando la oreja!

 

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