#Opinion: El bejuco de La Cota Mil y los espejismos de Katia por: Marcantonio Faillace Carreño

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Dedicado a Magoosa y a Charlitros Morales:
“Para la mayoría de nosotros, la vida verdadera es la vida que no llevamos”
Wilde
«Uno está enamorado cuando se da cuenta de que otra persona es única.»
Borges
Ya han pasado cuarenta años desde que el joven Sergio Ospina se desprendiera del bejuco que lo proyectó veinte metros de altura sobre un empedrado de concreto, y luego de sus respectivos rebotes sobre el pavimento como si fuera de goma, el mortal resucitó. Eso sí, se quebrantó hasta la cédula. Un milagro amparó su hipófisis odontoide. Y dudo mucho que luego de tamaña peripecia haya regenerado adecuadamente sus soberanías mentales.
Espero que sí, pues nunca más supimos de buena tinta del tipo gordo que le fallaron las manos en cámara lenta mientras aturdidos observábamos como esa mole se precipitaba barranco abajo sin pasar por home ni cobrar doscientos. Que tronco‘e vaina se echó ese día. Tuvimos que trasladarlo hasta la planicie a yemas de dedos con obreros de faena y Sergio semiinconsciente repetía !qué me pasó!, ¡qué me paso!. Mi primo y yo, luego que el pánico había pasado, y ya recogiditos en el hogar nos carcajeábamos del protagonista chaparro a punto de defunción en una abrupta crueldad púber, enfriando aquél peregrinaje de arenillas de lluvias, espesuras de enredaderas lloronas e imprudentes dinámicas de adolescente.
Para esos momentos estaría construyéndose la famosa Avenida Cota Mil, y chicos al fin, no se nos ocurrió mejor idea que irnos a volar en hiedras en las florestas del Ávila que como lagañas de sauce llorón, descosían colosales lianas, consintiendo resueltos recorridos para los que tenían las audacias de lanzarse desde la altitud al abismo, exponiendo la vida.
Nosotros apenas logramos la peana, pero ni de vaina nos tiramos a la suerte, y creo que hicimos bien, luego de notar como quedó Sergio en ese lance que lo dejó ñeco vitalicio y juzgo que con algo menos de estatura, entre otros menesteres anatómicos. Este tipo quedo apendejeado, pensaba el primo junto a un perfil satírico que sacudía la calle. Le seguí con indulto cómplice a sangre fría. No hay complacencia más sublime que deleitarse en el dolor ajeno cuando la inexperiencia de la pubertad es la reina de la parranda.
Al rato llegó una patrulla de la policía con la mamá de Sergio que coreaba como un Credo ¡cómo me haces esto Sergio, porqué! Y como en toda comunidad no faltó la difusión de la exclusiva, así como tampoco faltó el reconocimiento de otros vicios, como lo sería el fumar encubierto, atontarse con Green Sport, y placer solitario como reo en confinamiento. Tampoco faltó la jovencita falda a cuadro que exhibía las pantis con perversidad para que al caer la babaza, circulara fugitiva por nuestras comisuras de bípedos inexpertos.
Allí entraba Katia. Esa caraqueña inverosímil, con una boquita que demolía el muro de los lamentos, y esa silueta que removía con tal gracia, que solíamos verla perderse en la lejanía con una exhalación que iba agotándose lánguidamente hasta que huía con la visión de su sombra entre las vespertinas del parque la Florida junto al colegio la Salle. Muy cerca del canal de la Colina.
Katia acumulaba el hechizo de su belleza que transfería con total poderío en escena. Ordene usted su majestad. Saboreábamos la blanda soberanía de su expresión y entendía de ser simpática con sus dominios. No más de 2 demandas por fan. Nosotros salíamos con 3 y ella socorría haciendo ojitos que conseguían lincharte si pasaban de los 2 segundos. Creo que no reveló una oración completa o con cierta cordura. Tal era su plante y lindura, que si era pausada, tanta apostura remediaba la falta. Pero estábamos persuadidos que sería mejor de lenta, pues tarde o temprano nos haría más viables, y es porque no precisaría más naipes que ese ombligo venusino, las dos comarcas de bombón en su peto y aquél par de panderos que suscitaban la más aguda de las furias, perforando nuestras tangibles ilusiones eróticas.
El cielo fue enjuagándose en melocotón con almíbar. La fortaleza juvenil glorificó los tiempos los hizo eternos. La adultez fue cada vez más irrealizable. Ser virgen crispaba. Katia venía por el régimen sanguíneo. Cristo no florecía en el rosario ni en los misterios de la Pasión. Tío se enfermó. Un reino celeste anidaba en la ojeada de Tía Tere. La almohada como la última estación de la rutina; Sergio en el filo de la navaja y la obstinación haciendo latir el espíritu al compás del espejismo de Katia con su Cota de las Mil y una noches.

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