#Opinión: Dia mundial del urbanismo Por: Claudio Beuvrin

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La ciudad como tema

En 1949 el día 8 de noviembre fue declarado Día Mundial del Urbanismo. En ese entonces estaba en plena ebullición el esfuerzo europeo de reconstrucción de las ciudades destruidas por la guerra y se discutían los planteamientos del CIAM, siglas de un grupo internacional de arquitectos que veían en esa destrucción la oportunidad de reconstruir las ciudades según esquemas modernos y funcionales.
El CIAM proponía una rigurosa separación entre las zonas de habitar, trabajar, comprar, y recrearse, interconectándolas por vías  de uso intenso. Ese esquema, en las ciudades donde se aplicó, evidenció crear situaciones donde el citadino agotaba su tiempo trasladándose de un sitio a otro.  Además, pronto surgieron voces que se oponían a reconstruir las ciudades europeas negando las tradiciones de los espacios de convivencia, plazas públicas, zonas peatonales y mezclas de actividades donde las cosas se podían hacer caminando. Así, las ideas del CIAM fueron aplicadas principalmente en los Estados Unidos y, excepcionalmente, en algunas nuevas ciudades en América latina como fue Brasilia.
Brasilia mostró los límites de este esquema: por un lado la ciudad formal, monumental, sede de las oficinas administrativas del gobierno central, ciudad que queda desierta una vez se van los funcionarios. Por otro lado está la otra ciudad, la de las favelas y barrios, fundada por los constructores de la ciudad formal, la que tiene vida y que a pesar de no ser un resultado planificado, es preferida para vivir. Brasilia es uno de los casos notorios de contradicción entre la ciudad que surge del planeamiento físico formal y la que nace espontáneamente, de manera no regulada e incontrolable. No hay nada de poético en esta situación, la ciudad espontanea es caótica, con serios déficits de equipamientos, con defectos en la trama vial y con todas las características de un asentamiento que crece más rápido de lo que las autoridades, con sus instrumentos formales, pueden controlar. Es la historia de todas las ciudades latinoamericanas.
Este problema no se resolverá mientras la población siga creciendo al ritmo que lo hace. En el mundo desarrollado, en particular en Europa, la población no solo ha dejado de crecer, sino que además está disminuyendo y en muchas partes es evidente el vaciamiento parcial de las ciudades. Esto, por supuesto crea problemas nuevos, para nada previstos en las teorías conocidas, formuladas para ordenar el crecimiento, no el decrecimiento. Pero también crea nuevas oportunidades para redistribuir las poblaciones, ampliar los parques y áreas verdes, empujar hacia adentro las fronteras de la agricultura periurbana, etc. Es extraordinario el efecto que esto puede tener para la calidad de vida, el control de la contaminación, la sustentabilidad urbana y la disminución de la huella ecológica, concentrando la población para poner todo a distancias peatonales.
Por desgracia, pasará mucho tiempo para que algo parecido comience a ocurrir entre nosotros. Por ahora estamos en la fase del crecimiento salvaje, donde muchas áreas son desarrolladas como asentamientos marginales y sin que los gobiernos locales puedan hacer nada serio y definitivo al respecto.  La ciudad ordenada –en realidad, apenas relativamente ordenada- es la de la clase media y alta, cuyas urbanizaciones y edificaciones deben someterse a procesos de regulación y aprobación, pero sin que eso signifique necesariamente una buena calidad pues, nos lo dicen las evidencias, nuestras autoridades suelen ser débiles frente a las presiones de todo tipo que pueden aplicar algunos inversionistas interesados en aumentar densidades y disminuir áreas verdes y puestos de estacionamientos, pero sin negar que esos hechos también son propiciados por los mismos funcionarios para matraquear a inversionistas y usuarios. Y sin negar, por supuesto, que los planes mismos no pueden garantizar una buena calidad de ciudad, aun si se cumplieran estrictamente.
Por ahora, solo queda proponer, para cualquier acción a largo plazo en materia de urbanismo el desarrollo de políticas que busquen  bajar los índices de natalidad  de la población.  Solo cuando esto ocurra podrán los planificadores cumplir con su misión de ordenar la ciudad.
Es esencial aclarar que no es correcto afirmar que los asentamientos marginales crecen sin orden ni concierto. En primer lugar no son marginales, pues están integrados a la ciudad y su economía, solo que de una manera insuficiente y desventajosa. Además su falta de orden físico refleja el otro desorden, el del imperativo de las necesidades sociales no satisfechas y que obligan a la gente a invadir, ocupar terrenos no aptos y sin servicios mínimamente aceptables. Lo malo es que las autoridades, con harta frecuencia, ignoran lo que se puede hacer para que la gente tenga una parcela para levantar su rancho sin crear así, necesariamente, un caos urbano.
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