La simple evocación de Rolando Toro desata, en quienes fueron sus alumnos y hoy son profesores de Biodanza, unánime sentimiento de admiración, respeto y profundo amor hacia ese hombre que se definía a sí mismo como poeta.
Para Nelson Galante, director de la Escuela Venezolana de Biodanza en Caracas y pionero de la disciplina en el país, Rolando Toro supo llevar a todos sus discípulos de la mano para ejercer “esta hermosa profesión dedicada a exaltar las cualidades del individuo, más que fijarse en sus falencias”.
Galante recuerda en especial una reunión en Aguas de Lindoias en Brasil, donde didactas y directores de escuelas de Biodanza de todo el mundo presentaban a Toro nuevas músicas o danzas para evaluar su semántica y eficiencia en el sistema.
“Las exigencias del análisis determinaban si era una música o una vivencia acorde con el modelo de Biodanza, de pulcritud metodológica extrema. A tal punto que la mayoría de las propuestas eran rechazadas”, cuenta Galante.
“En este ambiente, un estudiante se filtró en la reunión y mostró su propuesta ante el grupo de expertos liderados por Rolando. Bajo todo punto de vista su presentación no estaba siendo exitosa… Yo veía al joven y sufría por él, atemorizado y avergonzado por la posible reacción del grupo; y en especial, por lo que iba a decir Rolando. Al finalizar este joven su danza y exposición, se hizo un silencio de pocos segundos, que a mí se me hicieron eternos…”, recuerda el profesor.
“De pronto, salta Rolando de su silla y comienza a aplaudir y halagar la brillante idea expuesta por el novel estudiante y a decir ¡Excelente! ¡Bravo! ¡Qué buena idea! Claro, mijito que debes trabajar más en ese concepto, pulir la consigna y analizar la música, pero este trabajo es ¡Excelente! La sonrisa del estudiante iluminó de alegría su rostro. Y yo me quedé pensando cuánto tenía que aprender de ese hombre”, reflexiona Galante.
Inteligencia afectiva
Carlota Herrera, profesora de Biodanza y directora de la Escuela de Oriente con sede en la Isla de Margarita, atesora el hecho de haber estado en la última formación dictada por Rolando, justo tres meses antes de la partida del maestro.
“Rolando tenía la capacidad de mantenerme todo el tiempo atenta a sus explicaciones, estaban llenas de gracia, picardías y mucha sabiduría”, relata Herrera.
Rolando nos repetía continuamente: “Cuando desarrollemos la inteligencia afectiva, surgirá el cambio en la humanidad”, recuerda.
Herrera resalta que Toro fue un defensor de las mujeres, a quienes amaba con locura.
“Conservo el recuerdo de su cuerpo ágil y lleno de gracia. Era un niño lleno de creatividad, muy afectivo”, dice esta mujer que eligió difundir el legado de Toro desde una de las escuelas de Biodanza que funcionan en Venezuela.
A plenitud
Omar Carrizales, profesor de Biodanza y director de la Escuela de Oriente junto con Herrera, solía viajar con Toro a Choroní, donde estos grandes amigos disfrutaban de largas y amenas charlas.
En una de nuestras últimas conversaciones -rememora Carrizales- Rolando me expresó su preocupación acerca de cuánto pudiera ser afectada la ortodoxia del sistema cuando él no estuviese presente. Mi repuesta, la cual mantengo, es que la semilla sembrada es de la mejor calidad y que todos los que tuvimos el privilegio de ser sus discípulos honraríamos nuestro compromiso haciendo crecer la Biodanza para lograr una cultura de vida. Nuestra meta y la suya: ser mujeres y hombres cósmicos.
Carrizales es enfático cuando afirma que Rolando vivió cada instante de su vida con plenitud y su mayor logro fue expandir la consciencia de la humanidad presente y futura.
A modo de anécdota, Carrizales cuenta la duda expresada por Rolando acerca de cómo escoger entre una mujer que lo había cuidado por muchos años con amor y una mujer cósmica.
“Creo no poder ayudarte, he pensado escribir en mi tumba: nunca entendí a las mujeres”, le dije. “De inmediato mostró su fuego y me dijo pleno de emoción ‘Quién te ha dicho que a las mujeres hay que entenderlas. A las mujeres hay que amarlas’”.
