Llueve… pero escampa Mitómanos en acción

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@yilales

Desde los inicios de la humanidad han existido los poderosos y los dependientes. Los fuertes y los débiles. Los conquistadores y los conquistados. Los imperios y las naciones satélites. Persépolis y las demás.
Desde San Agustín hasta nuestros días ha predominado la idea de que las culturas ofrecen una evolución similar a la de los seres vivos, y que la decadencia es su fase final. Así pasa también con los estados que según la teoría que planteara el geógrafo sueco Rudolf Kjellén en su libro «El Estado como organismo viviente» («Der Staat als Lebensform»): nacen, crecen, se multiplican y mueren.
Roma invicta no est
Como bosquejase Edward Gibbon en su History of the decline and fall of the Roman Empire (Londres, 1776), partiendo de la idea adelantada por Montesquieu en sus Considérations sur les causes de la grandeur des Romains et de leur décadence (París, 1734) la pérdida de la “virtud republicana” fue la causa fundamental de la decadencia del Imperio.
Y es que en general, la decadencia romana se viene a concretar, cuando se hicieron presentes aspectos, que en un ejercicio de anamnesis podemos encontrar en la Venezuela de hoy: Ruina económica: depreciación monetaria, carestía y contracción de la actividad comercial; intensificación de las rapiñas de una soldadesca cada vez más barbarizada; plagas pestíferas y despoblación; desórdenes internos, revueltas sociales y bandidaje; abandono de tierras; luchas por el poder entre el ejército y los funcionarios civiles y, finalmente, la destrucción de la cultura.
Quieres oro, te doy espejos
Pero es que antes de ser decadentes, hubo un auge y hasta un esplendor, que les permitía a unos influir sobre otros, bien por la fuerza del poder de fuego o por la persuasión del brazo económico.
No habría mucho que discurrir quien tenga las armas, los hombres, la estrategia y la ventaja con toda seguridad vence. En cuanto a lo segundo, la cosa se hace más compleja porque depende de múltiples factores, entre ellos la independencia económica.
Y es que hay dos formas de visualizar el significado político de la independencia económica: en un contexto de aislamiento o en un contexto de interacción internacional.
En el primero, se supondría que somos capaces de auto abastecernos en cuanto a la producción de los bienes y servicios necesarios para la vida social, de modo que no se generen a partir de las propias necesidades formas de dependencia política externa, que fue lo que planteaba la Cepal sobre la sustitución de importaciones.
En contraposición está el contexto de interacción internacional intensa, en el que se logra la independencia económica cuando se tiene la capacidad de producir en forma eficiente y competitiva productos cuya demanda internacional asegura un intercambio ventajoso o al menos equitativo por aquellos otros productos que no producimos pero que necesitamos, de modo que esa necesidad no signifique un factor de dependencia política.
En Venezuela se ha vendido el mito que por poseer un recurso natural se influye en el contexto mundial. Eso es así hasta que la realidad nos estalla en la cara y nuestros gobernantes terminan como bufones de la corte, con todo el petróleo del mundo, con bravuconerías y haciendo berrinches, pero de rodillas importando carne, leche, pollo, papel higiénico y hasta la gasolina que debíamos producir.
Y es que pretendiendo ser independientes, cada vez nos comportamos más como esos territorios dependientes, al tener que vivir a cuenta de de las importaciones brasileñas, argentinas, chinas, rusas y hasta de las triangulaciones cubanas.
Y es que en medio del mito del país rico, Nicolás Maduro, con una tendencia morbosa a desfigurar y engrandecer la realidad, viaja al Mercosur ofrece oro y recibe espejitos y baratijas, porque nadie en su sano juicio puede creer que el queso guayanés de Upata sabe mejor si es preparado por las expertas manos gauchas que mandará la presidenta Kirchner o que las catalinas, el casabe, las mandocas y las empanadas tendrán mejor sazón con los ingredientes que enviará la presidenta Russeff.
Como dijo el presidente de Empresas Polar, Lorenzo Mendoza, antes de ir de visita a Miraflores “para querer a Venezuela hay que producir en Venezuela” y si alguien lo ha demostrado es precisamente él.
Mucho les falta por aprender a estos trasnochados politicastros y mitómanos en acción, que en pleno siglo XXI llevan al país a la decadencia sin haber pasado por el esplendor.

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