Domingo 1 de septiembre 2013, 7 p.m., Mérida, Badajoz, antigua Hispania del oeste, cerca del teatro y foro romano, coso de Pozuelo, encerrona con seis astados de la ganadería Zalduendo de Fernando Domec, para el joven coloso extremeño Alejandro Talavante. Evento programado para mano a mano con José Antonio Morante de la Puebla, el huracán andaluz, quien no acude a la cita como torero por haber recibido una cornada tres semanas atrás en Huesca. Sin embargo Morante como espectador desde un burladero recibe el primer brindis, para desearle suerte a Alejandro que acepto el reto de lidiar la totalidad de la corrida, y en una entrevista para la televisión ha comentado: «le» La he visto hasta el 5to toro por la 1 de la televisión española TVE, gracias al Internet, resultado apoteósico, seis orejas, 1 rabo simbólico, un indulto para el cuarto llamado “Taco”. Cinco bravos, serios y nobles. Solo el quinto se rajó. Torero de mucha clase y entrega, faenas de extraordinaria belleza, de gran templanza y profundidad. Pero donde rompe el cotarro es en el tercero, más bajo que sus hermanos, “amejicanado”, recibe con cadenciosas Verónicas, humilla, se le cuida en la pica, cuadrilla se luce en banderillas. Brindis a José Mariano Garzón, empresario, que se ha volcado, liga tandas de derechazos, doblándose con el toro. Rebosa torería en un cambio de mano. Temple, ligazón y largura en los naturales, repite, serie de nuevo por la derecha antes de irse por la espada, rompe a cantar por bulerías, aprovechándose del silencio y éxtasis de los palcos y tendidos, finales en pases de compuerta y quiebre, filigranas. Momento especial nunca visto. Rubrica su faena con soberbia estocada y descabello. Tarde para la historia del toreo, Talavante sólo dice: «responsabilidad». Lo corriente no es esto, ni mucho menos. Los toros los hay más o menos bravos, y más o menos mansos. Los muy bravos atosigan al torero, y ahí sí creo yo que éste debe mandar y parar, sin perder terreno, hasta hacerse más o menos con él. Una vez logrado, debe ganárselo en pases, por bajo, andándose al costillar, que es la manera de que, al revolverse bruscamente, se valla rompiendo y se ponga más tratable, es como irlo consintiendo. Esto no lo digo yo, es un comentario del Gallo de quien soy un inconmensurable admirador. Solo repito lo mejor de los maestros, la suerte y Dios me protegen. En hora buena matador, nos hemos dado un banquete como aficionados a la tauromaquia.
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