Miguel Hernández: En la complicidad de sus sueños

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De su madre aprendió a valorar el arte. Con el tiempo descubrió que para llegar, primero hay que luchar. Mientras unos colocan su pincel sobre el lienzo, él emplea con sapiencia y maestría el alambre y la resina. Hoy, su trabajo honesto, sus piezas desnudas, son fiel compromiso con la barquisimetaneidad, con la personalidad de un artista que llegó para hacer y tallar lo que siente por su tierra. ¿Su nombre? Miguel Hernández, ¿Su legado? Creer y ser parte de la historia contemporánea de Barquisimeto

En sus manos no podía faltar un pedazo de plastilina. Lápices, creyones y acuarelas lo acompañaron en su inocente aventura de niño. “¡Qué tiempos aquellos!”, Así solemos decir cuando a la memoria llegan pasajes que nos hacen revivir momentos inolvidables, ¿Se podrán imaginar la cara de su padre o de su madre al ver que la pared de la sala se convertía en una inmensa tela blanca y cruda? Semejante acto de travesura no era otra cosa que las primeras manifestaciones artísticas de un niño que resolvió sus días al compás de los colores, entre líneas y figuras.

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En ese contexto entendió la plástica, en esa atmósfera “miguelito” fue empapándose en el mundo artístico. Para él no existía otra cosa, todo giraba en torno a eso, era como una suerte de péndulo que por inercia, siempre llegaba al mismo destino. De su madre aprendió a pintar, a entender los colores más allá de la simple estética de la imagen y con el paso de los días, descubrió que para llegar, primero hay que transitar un camino de atajos que puede incluso llegar a ser empedrado. Él es Miguel Hernández, un orgulloso artista barquisimetano, el mismo jovencito que creció en la otrora tranquila carrera 19 con calle 44 y que hoy le regala a la ciudad, en el marco de su aniversario, su trabajo honesto, su obra desnuda y sin complejos.

Se hizo artista…

Miguel aprendió el oficio de forma autodidacta, ensayo y error, haciendo y desasiendo. Cualquier material de reciclaje era un motivo para intentar crear algo que resultara visualmente atractivo, “no podía estar quieto, agarraba yeso, lo dejaba fraguar, agarraba palillos e intentaba tallar, hacía cualquier cosa. Todos en mi familia tenían que ver con aquellas ingenuas piezas. Me sentía un genio”, recuerda entre risas.

El estímulo fue creciendo con el paso de los días, ya no era sólo su familia la que aplaudía el notable gesto artístico. La curiosidad fue alimentando el deseo de gritarle al mundo las ganas que tenía de hacer lo que más le gustaba. Así, sus primeros pasos los dio en el realismo, piezas elaboradas en gres que comenzaron a jugar con la altura y profundidad, en fin, detalles que asomaban su espíritu de escultor, de artista hecho en el entrañable concierto de sus ideas, “desde siempre me llamó la atención las esculturas que habían en las iglesias católicas, los detalles del rostro y del cuerpo”. En su travesía aterrizó en la Escuela Martín Tovar y Tovar, ahí estudió Arte Libre, mención Artes Plásticas, período que para él duro 10 años y en el que tuvo la oportunidad de encontrarse con temas como la gráfica y cerámica, con la fotografía y la pintura.

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A su vida llegaron las figuras marinas con detalles que dibujaban su dedicada y delicada obra, de ahí su recordada exposición “Nautilio” en la Sala Alternativa Juan Carmona, en el año 99. Pero Miguel confiesa que en algún momento llegó a cansarse del gres y, casi sin querer, por una de esas vueltas azarosas del destino, a su vida llegó el alambre. “Lo moldeable del material me invitó a intentar algo diferente con él, lo probé, me gustó y aquí estoy”, en principio lo abordó con el gres, pero algo en su interior le decía que aún no había descubierto lo que era capaz de hacer con este noble instrumento. En medio de ese trance llegó a la resina, elemento que le dio la suficiente solidez a la pieza como para llevar la gran carga artística de su trabajo.

De su obra hoy destacan las grandes proporciones, el volumen y hasta el movimiento: zapatos, animales, rostros y cuerpos femeninos, incluso detalles decorativos y hasta prendas femeninas como collares ocupan  y llenan sus días. Sus piezas juegan con las dimensiones, es decir, se apartan de la superficie plana y coquetean con los espacios. “Vuélvete loco Miguel, haz lo que quieras”, jamás olvidará el consejo de José Sigala, reconocido fotógrafo larense, justo en el momento en que comenzaba a darle vida a sus sueños, a crear con los alambras y resinas.

Hoy, Miguel Hernández es uno de esos artistas larenses dominado por la pasión de transformar sus ideas en obras arte, de convertir simples materiales en motivo de inspiración.

Un homenaje a su tierra

Barquisimeto es… Mi casa

La Divina Pastora es… La Patrona

Un Barquisimetano… José Sigala

Un color… El amarillo

Un sabor y un olor… El níspero

Un paisaje… El Turbio

Qué le sobra a la ciudad… La expresividad de su pueblo

Venezuela, ¿qué viene a su mente?… Mi origen, mi patria

 Facebook: Miguel Hernández

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