Aquí se dice que alguien tiene el «rancho en la cabeza» cuando manifiesta su esencia primitiva y marginal en todas las fases de su existencia, con comportamiento que refleja torpe ignorancia, burda chabacanería y falta de civismo. Tener rancho en la cabeza es tener vulgaridad de alma.
La condición nada tiene que ver con niveles económicos ó educativos. Incluye a muchos nuevos ricos, y a quienes transitan universidades sin lograr verdadera educación. Son la antítesis de tantos pobres dignos, repletos de autoestima.
Está bien comprobado que se puede ser general, ministro o presidente y mantener la más profunda marginalidad mental. Alcanzan el poder económico y político pero están más a gusto revolcándose en su incultura, vulgaridad y desparpajo; sin respeto por persona, institución o valor alguno – sin dignidad.
Degradan todo a su mismo nivel mediante un populismo cuya «ideología» no es sino tapadera para el odio, la envidia y el complejo.
Esta especie no se ahogó en el naufragio global del fraude socialista-comunista, sino que se levanta en la mañana, se mira al espejo y revienta en odio por sí misma: sus problemas de autoestima alimentan resentimientos sociales y guerras de clases – y todo por el cobarde impulso de culpar a otros por deficiencias propias. Fabrican retorcidos mitos económicas, sociales é históricos para aplacar sus complejos por encima de toda verdad.
El arquetipo existe en todas las sociedades, y ocasionalmente llega a dominar el poder político y económico, modelando su mal ejemplo para toda la comunidad. En esos casos se puede desalentar la gente digna, decente y con afanes de superación, que luego pierde esperanzas y cree que toda aquella sociedad no tiene remedio.
Se trata de un error: Los del «rancho en la cabeza» no son mayoría en país alguno – y menos donde las grandes mayorías buscan superarse, como es Venezuela.
La gran mayoría silenciosa son pobres gente decentes, de conducta ética y cívica, que aspiran a la superación propia y sobre todo de a la de sus hijos, y sueñan con aparejarse con los avances y cultura de la civilización moderna.
Y aquí se les suma una amplísima clase media cuyo declive económico no significa reducción o desaparición – porque ser clase media es también cosa de mentalidad, no de dinero. No tiene marcha atrás.
Por asfixiante que luzca el actual entorno, la suma de pobres decentes con la gran clase media brinda el mejor motivo para no desesperar y tirar la toalla: La gentuza es muy visible por estridente, prepotente y descarada, pero la Venezuela sólida, digna y decente prevalecerá.
Rancho en la cabeza
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