Héctor tiene razón

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Hace unos meses, Héctor Rodríguez, en ese entonces ministro de educación, sostuvo que la revoluciónno podía darse el lujo de educar a los pobres para que dejaran de ser pobres pues entonces se volverían escuálidos. Esto generó un escándalo porque según muchos, cada uno de nosotros se educa para mejorar sus condiciones de vida, una aspiración inobjetable.

En realidad, el planteamiento de Héctor Rodríguez es incuestionable. Ya había sido planteado en los años 70 por el teórico marxista, politólogo y filósofo alemán Herbert Marcuse, quien formó parte de la llamada escuela de Fráncfort. Temprano en los años cuarenta, Marcuse se instala en los USA y comienza a colaborar con los servicios de inteligencia, produciendo importantes estudios relacionados con la sociedad contemporánea. Algunos de ellos se convierten en clásicos, tal como El Hombre Unidimensional, El Final de la Utopía, Eros y Civilización y otros de obligante lectura para quienes quieran entender el tiempo contemporáneo.

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Una de sus preocupaciones fundamentales fue explicar el porqué, en las sociedades desarrolladas y con una alto nivel de vida, la lucha política dejaba de ser revolucionaria para ser evolucionaria, democrática. En otras palabras, el ciudadano que ya había alcanzado un nivel suficientemente alto de ingresos y consumo, seguía exigiendo cambios, pero dentro del esquema socialdemócrata: consolidando éxitos y planteando nuevas metas, a veces muy simples, de ajustes y mejoras. Y cualquier llamado a la revolución era visto como un riesgo a perderlo todo.

Esto es, obviamente, lo que Héctor Rodríguez teme: que el ascenso del proletariado a mejores niveles de consumo y calidad de vida, los convertiría en contrarrevolucionarios, en sujetos integrados. Este proceso explica el porqué, entre nosotros, los jóvenes estudiantes come-candela, una vez graduados, se integran al sistema y optan por propuestas políticas menos subversivas que las que sostenían cuando eran estudiantes. También explica el porqué, en los países desarrollados, solo las minorías más pobres son radicales en sus exigencias políticas.

Marcuse suele enlazar sus argumentos con el psicoanálisis: la insistencia en comportamientos políticos propios de la edad juvenil una vez pasada la edad de la maduración es una señal de que simplemente no han establecido una relación firme con el mundo real: en otras palabras, no importa su edad, esos ayer jóvenes revolucionarios y hoy ñangaras de la tercera edad, siguen siendo tan inmaduros como 30 años antes.

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Analice Ud. el comportamiento de Chávez, de Maduro, de Diosdado Cabello, del comandante carroña, y verá que muestran una infantil y evidente perdida de contacto con la realidad.
Esto es justamente lo que Marcuse sostuvo y si Héctor Rodríguez sigue creyendo en esto, es obvio que saboteará cualquier intento por mejorar las condiciones de vida de los venezolanos.

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