Del Guaire al Turbio – Aplaudir

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A veces añoro tener alas para volar, pies para correr y manos para aplaudir. Caigo en la racionalidad y me digo: no soy pájaro, ni Usain Bolt, sólo me quedan las manos. Menos mal, pues las dos primeras condiciones son para logros personales, dejémoslas entonces para el sueño y la voluntad; la tercera, en cambio, es externa a mí misma. No me auto-aplaudo, sería ridículo; el aplauso es y debe ser siempre para el otro, el distinto de mí, quien me produce emoción por su arte, su elocuencia, su excelencia deportiva, su heroísmo. Por el otro va a mi aplauso, por mí, el aplaudir.

Quisiera que esta vida fuera un continuo aplaudir a los demás. El mundo sería otro si con mucha frecuencia pudiéramos aprobar las acciones ajenas y hacerlas modelo para las propias. Sin embargo, este anhelo no es distinto a nuestra propia conducta: no puedo esperar que la sociedad transforme sus vicios en virtudes si yo no empiezo por practicar éstas. El bien que deseamos para el mundo no se consigue en una conversación de sobremesa; éstas son generalmente una exposición de críticas, del deber ser y hacer, sin serlo ni hacerlo personalmente; una atribución a los demás de obligaciones y procederes de los cuales los comentaristas, que toman su café, escurren el bulto. Escena que define muy bien el viejo refrán: ver los toros desde la barrera.

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¿No ha llegado, acaso, la hora de tomar el capote y lanzarse al ruedo? No digo que como el joven espontáneo ansioso de una oportunidad para alcanzar la gloria, sino como la personalidad madura harta de contemplar la injusticia y la caída en picada de su país.

No todos tenemos vocación de políticos profesionales, pero todos debemos preocuparnos por la política, pues con ésta, como medio y ejercicio, es que se gobierna una nación. No podemos ser indiferentes ante las personas que manejan y ejercen la política, sería lo mismo que ser indiferentes ante el bienestar y progreso del país, pues son ellas las que van a llevar adelante proyectos y programas para administrar y lograr el rendimiento de los bienes y el buen funcionamiento de los servicios que necesitan los ciudadanos. No puede haber una sociedad feliz cuando el gobierno está en manos de incapaces o de ambiciosos de dinero y poder, o de satánicos alimentados de odio. Mucho menos cuando tenemos que eliminar esta o y decir: en manos de incapaces, ambiciosos y satánicos, que es el caso de la Venezuela actual.
Aquí hay que revocar y revolcar. Ninguna de las personas revestidas hoy con poder ejecutivo, judicial o militar, es legítima; las únicas legítimas son las electas por el pueblo para el poder legislativo; las otras han sido impuestas por el dedo fraudulento de un difunto, ya de suyo ilegitimo, que comunicó esa ilegitimidad a quienes dejó detrás, muy afanosos éstos de continuar esa herencia, afianzarla y potenciarla, con bastante éxito. Por eso nuestra desgraciada patria es la mayor potencia mundial en desastres.

¿Y nos vamos a quedar con los brazos cruzados? De ninguna manera, con toda el alma, cuerpo y voluntad, no sólo vamos a gritar sino a ejecutar el más tremendo ¡Fuera! Y entonces sí que vamos a aplaudir con ganas… y muy pronto, Dios mediante.

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