#LosEscenariosDelPaís: Sobre las transiciones democráticas

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“Me voy con muchísima alegría y optimismo, porque creo que culmina una etapa en la vida política del país, y se abre una nueva época, un nuevo tiempo”.

Con esta frase el presidente interino del Perú, Valentín Paniagua, se despedía de la Presidencia de la República el 28 de julio de 2001, tras un período tormentoso en la historia política del país inca.

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En el año 2000, el entonces Presidente Alberto Fujimori fue electo por tercera vez, contrario al mandato constitucional que prohibía la reelección, y pocos meses después se generó una crisis política con la difusión de videos que implicaban a Vladimiro Montesinos, su operador político,         en la compra de votos de congresistas opositores.

Poco a poco, el fujimorismo fue perdiendo el apoyo en la población y sus respaldos institucionales,  lo que obligó al Presidente a convocar a nuevas elecciones y poco después a renunciar desde Japón. Valentín Paniagua, militante de la democracia cristiana y reconocido por su integridad moral entre sus compatriotas, fue nombrado Presidente del Congreso y pocos días después Presidente interino del país, ante la fuga y renuncia de numerosos congresistas de la bancada oficial.

Paniagua, en pocos meses le dio estabilidad al país y lo condujo a un proceso electoral sin traumas. Su gobierno se encargó de la liberación de los presos políticos, creo la Comisión de la Verdad y la Reconciliación para investigar los crímenes cometidos durante el terrorismo, devolvió sus atribuciones a los gobiernos municipales, reorganizó las Fuerzas Armadas e impulsó el regreso del país a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

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Paniagua es recordado por los peruanos como uno de los mejores presidentes del país, y el fujimorismo supo mutar para adaptarse a las normas de convivencia democráticas. Hoy en día sigue siendo una fuerza política muy importante en el país al punto de ser mayoría en el Congreso.

Este proceso de transición ilustra muy bien la complejidad y el carácter inesperado de quienes los encabezan. En nuestro país, con miras a impulsar un cambio de gobierno, la oposición decidió utilizar su activo más importante: la manifestación popular de la gente en la calle para propiciar una transición democrática, pero esta fuerza por si sola no es suficiente. Para que ocurra una transición es necesario que concurran todas las fuerzas políticas del país y no sólo la oposición.

La construcción de viabilidad política debe ir aparejada con la protesta de calle, y la búsqueda de una visión inclusiva que pueda acercar a los sectores oficialistas descontentos con la forma como se ha planteado la constituyente.

Es necesario también un ejercicio de pedagogía orientado a explicar hacia donde se va y cuáles son los objetivos una vez que se logre la transición. El otro punto álgido es el de la negociación entre ambas partes, en las que cada uno se comprometa a ceder en algo y respetar acuerdos mínimos para garantizar la supervivencia política del chavismo, sin venganza ni exclusión.

Para que la transición sea democratizante como en Perú, es necesario el consenso en torno a una figura que represente lo que en su momento fue Paniagua, un demócrata, de intachable trayectoria política y sin aspiración presidencial inmediata. Esto permitirá asumir los costos de medidas políticas y económicas que resultaran impopulares, pero que serán necesarias para estabilizar al país a mediano plazo.

Si en este momento no hay un consenso entre la oposición y el chavismo disidente, al cual se van sumando día a día nuevas voces, el riesgo de la ingobernabilidad es muy elevado. A dos meses de la protesta, ya se observan signos muy preocupantes que apuntan a la anarquía.

Aún cuando el gobierno mantiene casi todo el control institucional, carece de legitimidad para imponerse a la población y la oposición al no poder expresar electoralmente su mayoría, tampoco tiene la fuerza para imponerse, lo cual hace muy complejo el juego político.

Lo que en el fondo de todo esto subyace es la voluntad de una minoría política de no contarse y abrir paso al nuevo liderazgo y proyecto político que representa al país en este momento.

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