#OPINIÓN Viaje a los años sesenta en Carora #7Jun

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Historiadora, cronista, Emma Rosa Oropeza de Herrera tiene como 500 años de edad. Uno piensa conocerla desde la infancia sin observar que en algún momento se fabricó un modulo  intimo y personal para viajar  a lo largo de la muy atractiva historia caroreña. Porque Emma Rosa no es que estudia Historia y registra datos para analizarla, ella vive cada época comprometiendo sus cinco sentidos en estos largos paseos que son al mismo tiempo itinerario de bergantes y ruta de predicadores con sed de agua bendita.

Nadie como Emma Rosa puede acreditarse la condición  de ser      testigo presencial  de cada episodio de la vida caroreña. Ella ha estado en todos los bautizos y en todos los sepelios ocurridos, sabe cuales padrinos se emborracharon en la fiesta y quienes comieron doble ración de sancocho en el velorio del patriarca  octogenario.

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Yo no la había descubierto en su rol de ciudad personificada porque siempre la he visto como la amiga de la infancia, inteligente, culta y memoriosa. Pero en los últimos tiempos al hablar con ella siento una punzada en la raíz del cuello, indicador indubitable de la presencia frente a nosotros de un ser inmortal cuyos conocimientos de la Historia son vivenciales y no documentales.

La pertenencia de Emma Rosa al mundo de los arcanos supra terrenales la tuve hace poco cuando por teléfono me estaba relatando un paisaje de la calle Lara de 1959, fecha en la cual no había nacido o estaba apenas gateando. Le llame para una consulta sobre la procedencia de unos sabrosos dulces que vendía un muchacho con rodete, azafate de doble fondo y palanquín portátil que unido al azafate se convertía en mesita ambulante. Primero me leyó una excelente narración de ese genial humorista caroreño que es el licenciado Iván Ferrer, referido a sus andanzas, donde con lujo de detalles nos recrea aquella  Carora donde los muchachos se la pasaban en la calle pero tutelados por todos los adultos, quienes sin autorización previa podían ejercer principio de autoridad paterna para corregir cualquier mala praxis infantil del Manual de Carreño.

Hablando con Emma Rosa de pronto se me desapareció el auricular de la mano y tuve entre mis dedos un delicioso vaso de resbaladera y una marusita de empanadas de Primitiva Reyes, condumio que despaché en el acto para luego saborear unas nalguitas de piña elaboradas por Liocresia Carmona Rojas de  Andrade, una señora  cuyos antepasados, esclavos fugitivos de las antillas  llegaron a San Francisco en travesía   por   la Serranía de Baragua.

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El sabroso platillo, mucho más rico y untuoso que los  Mouse actuales,  fue seguido por la ingesta de unos papeloncitos de azúcar y un helado de morton de la bodega de Don José. Atragantado de tanto dulce alguien me empujó fuera del cuarto donde  el servicio le ponía , en secreto, velitas a las animas y queriendo pasar a la carrera , con envión desde el zaguán, por entre las sillas de Panchito Ramírez y  su esposa Camelucha (papaíto y mamaíta)  quienes estaban sentados en la acera al igual que todos sus vecinos , tropecé con la caja de betún de uno de los chiriguares y caí de platanazo al lado de  Don Chico Chávez que estaba debajo de la Willis arreglándole el cloche o apretándole una tuerca que se le aflojaba todos los días.

Luego del regaño y los tres reales que me dieron pa quitarme la llorería me lancé calle abajo rumbo a la Plaza Bolívar.  Me detuve en la única panadería que en ese tiempo había en Carora , a media cuadra de la casa y para quitarme el regusto de las empanadas y los dulces me tome una colita Old Colony a pico de botella y me compré una caja de chicles sabor a tutti frutti porque la menta y que ponía a uno “del otro lao”. Así que me gaste un real y  el bolívar que me quedaba lo cambie por lochas , ocho, para sentir su peso en el bolsillo y para que además me sonaran como maracas en cada brinco que daba intentando una imposible vuelta e canela.

Me estaba viendo en Cinemascope y Tecnicolor, jugando, comiendo, saludando cuando una voz me regreso a mi casa de Cabudare, era Emma Rosa que me  levantó por el cuello de la camisa con una fuerza síquica monumental  y me sentó al lado de Rolando Herrera, su esposo, de Luis Riera , Alberto Álvarez, Juan María Morales , Gerardo Castillo, Juan Perera  y Felipe Alcalde para ponerme a escuchar la lectura de una carta de Chío Zubillaga sobre la Marota, una mujer que según Emma fue la primera gallina del corral  con la cual desde arriba inventaron la fecundidad caroreña.

Estábamos en un patio de tierra de donde no se qué casa y sentimos una voz gruesa desde una rama del mamón metido en la noche, todos nos paramos de un brinco y corrimos hacia la calle. En toda la puerta nos aguardaba  el ánima de un fraile encapuchado quien profetizó que uno de nosotros seria cura, otro ingeniero, uno economista los demás intelectuales  y yo que estaba de último por asustado quedaría loco de perinola. La profecía de este monje ensotanado no se si cumplió en los demás pero en lo que a mí respecta solamente me tocó de chaflán  gracias a los rezos de mamaíta.

Jorge Euclides Ramírez

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