En un acto de profunda emoción, Monseñor Ignazio Ceffalia, recientemente ordenado obispo, ofreció un sentido mensaje de gratitud y cariño a Venezuela, país que lo acogió por más de cuatro años como Encargado de Negocios de la Santa Sede.
Sus palabras, pronunciadas durante la ceremonia de su ordenación episcopal, resonaron como un homenaje sincero a una nación que dejó huella en su corazón.
Un testimonio de gratitud y esperanza
“Dirijo una palabra especial al querido pueblo venezolano cuya calidez y fortaleza han dejado una huella imborrable en mi vida”, expresó Monseñor Ceffalia al inicio de su alocución.
En un tono profundamente humano y espiritual, destacó la cercanía, la fe profunda y la esperanza inagotable de los venezolanos, a quienes calificó como “un testimonio para el mundo”.
A lo largo de su mensaje, Ceffalia dibujó con palabras el paisaje humano y natural de Venezuela, describiéndola como una «tierra de gracia y abrazos cálidos», donde “el sol besa el mar y la brisa susurra entre montañas y llanos”.
La mención poética de elementos icónicos como el Tepuy, el desierto dorado y la cumbre nevada evidenció su conocimiento íntimo del país y la conexión espiritual que forjó con su geografía y su gente.
Una alabanza al alma venezolana
Pero más allá de lo físico, Monseñor Ceffalia exaltó lo intangible: “Eres la risa franca, el corazón generoso y el alma indomable de tu gente”. Su tributo no fue solo a la tierra venezolana, sino sobre todo a sus habitantes, cuya hospitalidad, alegría y resiliencia describió como una verdadera caricia del alma y reflejo de la bondad de Dios.
“En cada rincón de tu geografía se siente la calidad de tu gente, siempre acogedora, siempre dispuesta”, continuó, reconociendo el espíritu indomable de una sociedad que, a pesar de las adversidades, mantiene viva su cultura vibrante y su vocación de esperanza.
Un legado espiritual marcado por la cercanía
Durante su misión diplomática en Caracas, Monseñor Ceffalia fue una figura de puente y diálogo, desempeñando un rol crucial como representante del Vaticano en tiempos particularmente complejos para el país.
Su mensaje final durante la ordenación no fue una despedida, sino una reafirmación de su vínculo espiritual con Venezuela, a la que definió como “refugio, inspiración y mi hogar en estos últimos cuatro años y medio”.
El gesto de Ceffalia fue recibido con profunda emoción por la comunidad eclesiástica venezolana y por numerosos fieles que siguieron su trayectoria en el país.
Su voz, ahora elevada al episcopado, continúa siendo un eco de esperanza, consuelo y gratitud para una nación que, en sus palabras, siempre será recordada con amor.
«Gracias, Venezuela», concluyó Monseñor Ceffalia, sellando así un capítulo de entrega pastoral y afecto que trasciende las fronteras y queda grabado en la memoria de todos los que fueron testigos de su misión.