#OPINIÓN Crónicas y relatos de la migración: Caracas – Miami 2017 #31Jul

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A las once de la mañana, el abuelo y su familia ya han hecho inmigración y los pasaportes tienen el sello de salida impreso en sus páginas, solo falta que sean las 3:00 pm para escuchar el llamado de abordar. La hija ha comprado chucherías para la nieta, dormida sobre dos asientos, esperando todos para almorzar, ajenos al drama que ocurre en la puerta de salida 27, asignada para su vuelo de American Airlines.  

Las pacas de quinientos billetes de cien y de cincuenta bolívares han sido distribuidas entre las carteras y bolsos que llevan para pagar el nuevo impuesto de salida que al final nadie ha cobrado y ahora pesan demasiado. Una carga inútil de transportar, un lastre que hay que abandonar mientras tenga algún valor, preferiblemente una comida decente previendo la mezquindad del servicio a bordo en el trayecto de tres horas y media de Caracas a Miami. Sushi rolls de cincuenta mil bolívares y dos raciones de pollo con arroz y plátano horneado reducen el cargamento de billetes a la mitad.

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Es viernes por la tarde y el aeropuerto internacional de Maiquetía parece una sala funeraria con difuntos pobres y de escasos parientes. Otra hija —residente en Estados Unidos— ha estado pendiente de ellos, monitoreando los vuelos en internet, informando al grupo por el Whatsapp. Luego de unos minutos de silencio envía un mensaje por el privado: 

—Papá, ¿qué les han dicho?

—Aquí nadie nos informa —dice el abuelo desprevenido.

Tampoco la hija vuelve a decir nada, aunque algo ya sabe y prefiere callar para no generar angustia: un gran huracán se aproxima.

De pronto anuncian por los parlantes que el vuelo a Miami ha sido cancelado. «Eso si está malo», atinó a decir el abuelo. Y empezó a imaginar lo peor: la decepción de tener que salir del aeropuerto a buscar un hotel en Maiquetía; la desilusión de la nieta, que despertaría con la noticia de que tendrían que regresar al hotel o de vuelta a Barquisimeto, hasta que American pudiera asegurar cupo en otro vuelo, cuando hubiera pasado el huracán Irma por Florida y reabierto el aeropuerto en Miami.

«Cómo es eso de salir del país y volver a entrar sin montarse siquiera en el avión…», pensó el abuelo sin saber cómo manejar el desencanto. Es la hija quien se encarga de hablar con el supervisor, moreno y rollizo, con calva a medio camino, seguramente menor de los cincuenta. «Los estuvimos llamando. Un poco más y se quedan», le dice el supervisor con sonrisa y ademanes de seductor, mientras continúa: «pasa con las despachadoras para que te cambien los boarding passes, se van en el otro vuelo a Miami, salen en una hora».

La nieta juega con su tablet en el avión, sentada junto a su mamá hacia la ventanilla, saboreando sus cheese triss, con cara de felicidad: pronto verá a su prima migrante, de su misma edad. Estarán juntas los próximos veinte días: primero en Nueva York, luego en Orlando, para ir a los parques de Disney World. 

«Ya me siento en el país de las maravillas, tengo unas nietas hermosas, tengo mi mundo mágico», suspiró aliviado el abuelo. 

Carlos J. Suárez Isea

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