A mi hija Danny, mi nieto Jacob (JJ) y a mi yerno Caleb
«Educar es sembrar ciencia en el corazón; la familia es el terreno fértil.»
Gabriela Mistral
(Premio Nobel de Literatura, 1945)
«La curiosidad es el apellido común…
…de todos los que buscan entender el mundo.»
Albert Einstein
(Premio Nobel de Física, 1921)
«La chispa de una idea puede encender generaciones
…si se transmite con amor y ciencia.»
Malala Yousafzai
(Premio Nobel de la Paz, 2014)
«El conocimiento se multiplica cuando se cultiva en familia,
…como células que se dividen para dar vida.»
Rosalind Franklin
(Pionera del ADN, inspiración para Nobel de Química)
«La ciencia no solo se aprende,
…se respira en los hogares donde el asombro es costumbre.»
Carl Sagan
(Premio Pulitzer, nominado al Nobel)
Día del Padre… (Danny a su Papá)
Pa…
A veces me cuesta encontrar las palabras exactas, porque hay cosas que se sienten más de lo que se pueden decir… pero hoy quiero intentarlo, porque no puedo dejar pasar este día, sin decirte lo mucho que te admiro, y lo orgullosa que estoy de ti.
Has hecho tanto en tu vida… como biólogo marino, como escritor, como persona. Y todo eso, papá, todo ese camino, esas luchas, tus logros, cada paso… me deja pensando. Me hace ver lo valioso que ha sido todo lo que has construido, lo que has vivido, y lo que sigues siendo hoy. Sé que la vida no siempre te la ha puesto fácil. Te ha dado duro a veces… pero también sé que Dios está haciendo su obra en ti. Que incluso en medio de todo, Él no te ha soltado. Has sido fuerte, más de lo que tú mismo a veces crees. Y has llegado lejos, papá. Muy lejos.
A veces pienso que ni tú mismo te das cuenta de todo lo que has logrado. Pero yo sí lo veo. Y me llena el corazón de orgullo. Porque no es solo lo que haces, sino quién eres. Tu manera de mirar el mundo, de pensarlo, de sentirlo, de escribirlo… eso es único, y es profundamente tuyo.
Quiero que estés orgulloso de ti, papá. Porque yo ya lo estoy. Muchísimo.
Te amo con el alma.
Tu hija. D. F de H.
- Fillii Nostrum
Un padre abre los ojos ciertamente, en tres momentos en la vida. Uno, cuando arriba el primer hijo, el segundo, cuando aparece el primer nieto y el tercero, cuando mueren tus padres. Los dos primeros, un gozo indecible, los dos últimos, una melancolía inmortal. Es el verdadero momento en que la vida sacude tan profundo, en todo sentido, que es cuando de verdad se piensa, el cómo y porqué, la coexistencia, es un privilegio único y asombroso.
Hoy intentaré describir el primero y el segundo. Porque para hablar de hijos y nietos nunca hay suficientes páginas. Nunca hay final, el pretérito se conjuga en presente perfecto, solo hay, un ahora. Las palabras son, en ese caso, canoas indomables que quieren ir por su cuenta. Ni las corrientes pueden dictar un curso, ni la sangre precedente someter a la sangre nueva. La sangre nueva e indestructible tiene letra propia, original e indomable. La sangre nueva no solo erige el mañana, es el nuevo hoy, y, por tanto, el futuro de la especie sapiens.
Para cualquier padre, un hijo nunca deja de ser una suerte de enigma milagroso que se revela por medio de los genes. Los enigmas milagrosos que me competen, tienen 2 lados de una misma fortuna. Daniela, mi única hija, mi corazón de melón, no ha podido salir mejor y mi único nieto divino Jacob, el mayor tesoro familiar y la galería mágica de la ocurrencia. Lástima que mis padres, no pudieron disfrutarlos, pero sobre manera su abuela Lucila, Abu Luchy. Es el precio que se paga por la perpetuidad de la especie. Tal vez la mayor genialidad de la creación en este lado inexplorado del universo de la galaxia nívea o de la Vía Láctea.
Entrando en materia, y sin poder echarles todo el cuento, pues ya no sería un escrito breve, sino una telenovela de Eduardo Padrón o de Cesar Miguel Rondón, empiezo por ir a cuando nació y dónde. Daniella Faillace Naranjo (por pura pantalla le nombramos con doble ele, porque era más alcurnia y parecía narrar la belleza de Pichi (pececito, como le dijimos de bebé), una cachetona lindísima que vivía soldada a los senos de su madre como si fueran chupetas salvavidas, y de paso, un par de alcayatas de calostro.
Nació el 22 de agosto de 1986, en la Clínica Margarita de Porlamar, Isla de Margarita, o sea, es margariteña (o margari-ñera o margara) de nacimiento. Nació cerca del mediodía y recuerdo como si fuera ayer que me senté como la estatua del pensador de Michelangelo Buonarotti, en la acera frente a la entrada de emergencia, a llorar, pues no sabía o más bien no entendía, cómo fue que me convertí en padre, cuando aún no sabía cómo ser mejor hijo.
En ese minuto, mi vida fue lo que, para cualquier papá, un viacrucis de preocupación y obligación económica infinita. Pero también, en ese minuto, nació esa futura señora que me colmó de dicha y orgullo, al punto que los dolores del alma, se esfumaron, para dar paso a las ternuras inquebrantables del espíritu. Ahí recordé eso de que nadie sabe para quien brega, en el caso de las mamás es lo contrario, todas saben para quien lo hacen y como cosa curiosa, (y que es un tácito inmencionable), crían al cónyuge como un hijo desatendido más.
Sin ánimo de hacer un panegírico de su existencia, como padre, a través de los años fui advirtiendo de qué estaba hecha, mientras yo descubría de qué estaba hecho yo desde que Dany Boy, (por ser fortachona como un varón) germinó como un esplendor sideral en mi firmamento nebuloso.
Desde chica, la niña salió defensora de los regalos suyos y ajenos. Odiaba que todos los regalos no fueran para ella. Eso daba risa, pero no era verdaderamente una gracia. Pues, a decir verdad, fue más una responsabilidad mía que una malacrianza de la niña. Su media hermana mayor, Mariana Jáuregui, salió menos aguda y fungía de prefecta de su hermanita que no jugaba carrito con eso de las dádivas recibidas por las razones que fueran.
Con el tiempo, fueron creciendo bajo el ala de su abuela Lucila Chiacchio, que fue la que al final orientó a sus nietas por el camino de los principios y la religiosidad, esto último una conciencia devota que caló hondo en las doctrinas trascendentales de la joven Daniella.
En un inciso secular los desacuerdos serios entre laicos y piadosos, se zanjó de forma salomónica. Para mantener un equilibrio entre las convicciones de cada uno, le expuse mi argumento. Me coloqué bajo la figura del agnóstico. En palabras simples, ver para creer, no revela el modo del agnóstico, pues no niega la figura de un ser supremo, solo la cuestiona.
Argüí, que, en la naturaleza, la divinidad estaba en todas partes y era tan inexplicable como la existencia misma. Entonces ni uno ni otro puede ser el portador de la única verdad. Esa simple exposición de motivos permitió que este asunto delicado fuera resuelto usando solo la nobleza de los buenos modales. Gracias mamá, gracias hija, y gracias a mí mismo.
Daniella, en un instante en que la nación se derribaba, como tantos otros, quiso irse del país a probar suerte. Fue una decisión que cambió su vida exitosamente. Al inicio, con la ayuda de un tío, consiguió salir a Buenos Aires, donde residía su hermanastra Mariana, hacía varios años. Daniella al poco tiempo se enamoró y se mudó con su novio, hoy su actual esposo, joven criollo de nombre Caleb Hidalgo de la comunidad religiosa local bonaerense.
La relación fue fuerte desde el principio, y la pareja empezó a ser una familia sólida que comenzaba a pensar en la heredad. Desde joven, Danny soñó con tener un hijo propio. Y al cabo de un tiempo, y luego de casarse por el civil, se mudaron a casa de su tío materno a la capital de España, Madrid. Allí, el sueño de tener una familia se formalizó y un día 1 de febrero, el día de mi aniversario, llegó al mundo mi relevo en este mundo, mi amado nieto Jacob, el crío más amado y consentido de este mundo. En ese momento, empecé a ver más hacia el cielo, esperando las otras señales del nirvana, o más bien, de mi nuevo cosmos como abuelo. Nada es más emblemático para un padre ya mayor que convertirse en abuelo.
- Epílogo: Donde germinan los nombres del alma
En la extensiva geografía del tiempo, donde los recuerdos se posan como pétalos de papel sobre las ramas de la memoria, existe un rincón sigiloso donde florecen los padres. No como figuras rígidas, ni héroes encumbrados, sino como jardineros del espíritu: aquellos que cultivan hijos con paciencia, que entienden que educar no es moldear, sino nutrir la raíz sin arrancar la hoja nueva.
Esta narración gira en torno a un padre cuya labor no se mide en medallas ni títulos, sino en silencios compartidos, en miradas que educan sin apartes, en consejos respondidos con una fábula y una sonrisa. Él, un hombre de ciencia y letras, ha dejado una estela que no grita -brilla- en quienes le han seguido.
Daniella nació como una chispa inesperada, como un fulgor en el cielo plomizo de la incertidumbre. Y desde aquel instante en que lloré frente a una clínica, entendí que ser padre era una alquimia de amor y compromiso, un ensayo constante donde el asombro es el principal reactivo.
Jacob, mi nieto, llegó como la segunda revelación de la vida, como el eco dulce de lo sembrado con ternura. Y a la sazón, me volví abuelo, y en esa transfiguración descubrí que la vida no finaliza, se multiplica: como células, como estrellas, como historias que se cuentan en voz baja en la cocina o bajo una sábana convertida en castillo.
Mis enseñanzas, no están escritas en piedra, están respirando en los pasillos de un hogar donde la ciencia y la fe, comparten la mesa, donde la curiosidad no es pecado sino mandato, donde el Creador no es una imagen fija sino una pregunta abierta al universo. Desde allí, sembré ideas como semillas de eternidad, porque entendí que el conocimiento, como el amor, es fértil cuando se da con respeto y mucha disciplina con urbanidad.
Ser padre ejemplar no fue una meta; fue una consecuencia. Porque el ejemplo no se impone, se vive. Lo viví en cada gesto, en cada renuncia pequeña, en cada historia contada con humor, en cada abrazo dado sin ceremonias. La creatividad es una herramienta secreta: por ello convertí tardes simples en excursiones galácticas, y enseñé que los presentes más valiosos no se compran… se heredan en el temperamento creativo y en el carácter educado.
Hoy, desde la distancia de los años, miro el cielo como quien espera señales de un cosmos familiar, sabiendo que ha dejado huella no en lo visible, sino en lo vivo. Porque los nombres verdaderos no están en los documentos, están en los suspiros que provocamos al ser recordados con amor.
Este no es el final del diario. Es apenas una pausa. Porque la paternidad, cuando se hace con arte, no termina nunca. Se convierte en legado, en aroma, en canción. Se convierte en historia que otros seguirán escribiendo, con letras nuevas, pero con la misma tinta: la del corazón.
Marcantonio Faillace Carreño