En un momento crucial para la historia de la medicina en Venezuela, José Gregorio Hernández regresó a Caracas en 1891, imbuido de una formación de excelencia adquirida en París y Berlín y una clara misión: transformar la medicina en una disciplina al servicio del bien común.
Este ideal se materializó con la fundación del primer laboratorio de Fisiología Experimental del país, un hito que lo consolidó como un investigador de vanguardia y un maestro innovador. El compromiso de Hernández con la excelencia académica lo llevó a instaurar un modelo educativo que iba más allá de la teoría.
Sus estudiantes no solo absorbían conocimientos, sino que los aplicaban en la práctica, forjando una nueva generación de profesionales capacitados para la investigación. Esta metodología lo erigió como un pionero de la medicina experimental en Venezuela.
La brillantez de su enfoque científico quedó patente en 1893, cuando presentó un estudio revolucionario en el Primer Congreso Médico Panamericano en Washington. A partir de la observación de los glóbulos rojos, formuló una audaz hipótesis para la época: la variación de su número en la sangre humana en función de la latitud.
Este trabajo le granjeó un reconocimiento internacional sin precedentes y llevó a que la Cátedra de Bacteriología venezolana fuera declarada como la primera de América Latina en contar con un laboratorio perfectamente equipado.