Se aproxima un nuevo regreso a clases y la educación en Venezuela continúa en una de sus peores crisis históricas. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (ENCOVI) 2024, cerca de 3,9 millones de niños y jóvenes, es decir, el 34% de la población en edad escolar, se encuentran fuera del sistema educativo. La mayoría de estos casos están relacionados directamente con la coyuntura tan adversa que vivimos. Esta cifra no es solo un número frío: representa millones de vidas truncadas, millones de sueños interrumpidos y una profunda herida en el futuro del país. Un país sin educación es un país condenado a perpetuar la exclusión, la pobreza y la desigualdad.
La situación de los docentes es igualmente dramática. Hoy, un educador con postgrado y en el más alto escalafón del Ministerio de Educación gana menos de 10 dólares al mes, un monto que no cubre ni el mercado de unos pocos días. Ante semejante precariedad, muchos profesores se ven obligados a rebuscarse en otros trabajos para sobrevivir o, simplemente, abandonan por completo las aulas. Este éxodo docente no es anecdótico: Según la Federación Venezolana de Maestros en 2023, las cifras de deserción docente confirman esta realidad, y es que, cerca del 74% de los profesionales de la educación han abandonado las aulas.
Ese mismo año apenas se graduaron 4.000 nuevos maestros, mientras que Venezuela necesita más de 250.000 para cubrir las vacantes en educación inicial, primaria y secundaria. Con este ritmo, el país tardaría seis décadas en suplir la ausencia actual de educadores necesaria para una escolaridad plena. La magnitud del problema es alarmante: sin maestros no hay formación, y sin formación no hay futuro. La calidad de la enseñanza se ve gravemente afectada, y las generaciones que deberían estar preparándose para reconstruir el país se enfrentan a aulas vacías, horarios reducidos y currículos debilitados.
A esto se suma el estado deplorable de la infraestructura escolar. Colegios y liceos en todo el país se encuentran en ruinas, con techos caídos, baños inservibles, pupitres rotos y sin acceso regular a servicios básicos como agua o electricidad. La falta de insumos y materiales pedagógicos limita aún más la capacidad de aprendizaje. Pero quizás lo más preocupante es la modificación arbitraria de los programas educativos por parte del gobierno, que ha eliminado o simplificado al extremo temas fundamentales, cercenando así el desarrollo integral de los estudiantes y reduciendo las herramientas con las que enfrentarán el mundo.
El deterioro del sistema educativo no sólo expulsa estudiantes y docentes: también empuja a miles de jóvenes y profesionales formados a migrar en busca de mejores oportunidades. La fuga de cerebros que vive Venezuela está vaciando al país de talento, de innovación y de posibilidades de futuro. Lo que debería ser un círculo virtuoso de formación, trabajo y desarrollo se ha convertido en un círculo vicioso de abandono, miseria y desesperanza.
Nos acercamos cada vez más a una realidad distópica, donde la educación funciona como herramienta de adoctrinamiento. Hoy más que nunca, la educación debe estar en el centro del debate nacional. No se trata de un sector más: es la base misma de la reconstrucción de Venezuela. Sin maestros bien remunerados, sin escuelas dignas, sin programas educativos que respondan a las necesidades reales del país, no habrá generación capaz de levantar la nación del colapso en que se encuentra. Invertir en educación no es un lujo, no es un privilegio, es una urgencia. Si no se actúa pronto, Venezuela no solo perderá a su juventud actual, también la posibilidad de tener un futuro libre, justo y próspero.
Stalin González