El pasado domingo 7 estuve en Tinaco, Cojedes, con motivo del aniversario del natalicio de José Laurencio Silva, héroe de la Independencia y actor en la política venezolana posterior hasta su muerte en 1873. Repasar esa historia me movió a reflexionar.
Simón Bolívar quien visionario sentenció, “Las armas os darán la independencia, las leyes os darán la libertad”, cuando se acerca del final de su vida confiesa, “Me ruborizo al decirlo, la Independencia es el único bien que hemos adquirido, a expensas de todos los demás”.
En la patria, desangrada y arruinada en la guerra, el poder seguía siendo sin embargo apetecible. El XIX fue en Venezuela, el siglo de las “Revoluciones”. Montoneras armadas organizadas, una proclama y la aventura de intentar llegar a Caracas a conquistar el poder. Revolución de las Reformas, Revolución de Marzo, Revolución Federal, la Genuina, Revolución Azul, Revolución de Abril, Revolución Legalista, Revolución Liberal Restauradora, Revolución Libertadora. En la cuenta de Antonio Arráiz en Los Días de la Ira, entre 1830 y 1903, cuando en la batalla de Ciudad Bolívar fue vencida la “Libertadora”, hubo en Venezuela treinta y nueve “revoluciones”. Nunca me cansaré de insistir: El carrusel de las revoluciones, ese baile de máscaras interminable, dejó rastro de ruina económica prolongada, retraso social e inestabilidad política. A esas siete décadas turbulentas sucedieron treinta y seis años de dictaduras.
La nuestra ha sido, escribe Escovar Salom, una “Constancia en la inconstancia”. Desde nuestra separación de Colombia, tuvimos en el resto del siglo las constituciones de 1830, 1857, 1858. La Federación parió la de 1864 y los mismos liberales federalistas dictaron las de 1874, 1879, 1881, 1891 y 1893. En total, nueve en setenta años, casi una cada siete. Síntoma y causa de una debilidad institucional que sólo puede producir atraso. Nuestros heroicos antepasados que tanto lograron, no atinaron a entenderse en un proyecto nacional estable que los incluyera a todos. Construir república con institucionalidad y ciudadanía sigue siendo el desafío. ¿Será posible entendernos?
El marco del entendimiento es la Constitución. No porque sea perfecta, es perfectible, pero si así como está, la cumplimos, podemos vivir y progresar en paz y en libertad, todos.
La Constitución establece un régimen democrático a la que los adjetivos “participativo, electivo, descentralizado, alternativo, responsable, pluralista y de mandatos revocables”, no le quitan amplitud ni lo verticalizan, todo lo contrario, lo abren y lo acercan más al pueblo hecho ciudadanía. En esa democracia constitucional venezolana son preeminentes “los derechos humanos, la ética y el pluralismo político”. Promete garantizar una detallada carta de Derechos Humanos: civiles, políticos, sociales y de la familia, culturales y educativos, económicos, de los pueblos indígenas y ambientales. Con poderes públicos distribuidos territorialmente: municipal, estadal y nacional y separados funcionalmente, cada uno con sus funciones propias, pero colaboran entre sí en la realización de los fines del Estado que es uno Federal y Descentralizado. Y ¿Cuáles son esos fines?
Están en el artículo 3 constitucional: “La defensa y el desarrollo de la persona y el respeto a su dignidad, el ejercicio democrático de la voluntad popular, la construcción de una sociedad justa y amante de la paz, la promoción de la prosperidad y el bienestar del pueblo y la garantía del cumplimiento de los principios, derechos y deberes reconocidos y consagrados en esta Constitución”.
Y ¿Cómo hacemos para entendernos? El modo es sencillo y lógico: mediante el diálogo, mutuamente respetuoso, orientado al entendimiento para la convivencia porque entendemos su necesidad, a partir de nuestra diversidad que reconocemos y aceptamos como natural.
¿Será posible entendernos?
Hoy se ve como una posibilidad remota, de muy difícil concreción, pero si nos miramos en el espejo de aquella Venezuela del siglo XIV, veremos el altísimo precio que paga el pueblo por la incapacidad de entendimiento.
Ramón Guillermo Aveledo