#Opinión: Sede vacante Por: Alicia Álamo Bartolomé

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Del Guaire al Turbio

Nací durante el pontificado de Pío XI (1922-1939), el de la Acción Católica, la preocupación por la cinematografía evangelizadora y artífice del Estado Vaticano. De niña me enseñaron a venerar la figura del Sumo Pontífice. Cuando murió, vivía con mi familia en San José de Costa Rica, seguí los acontecimientos con pena y devoción. Supe lo que era un cónclave y del cardenal Eugenio Pacelli como seguro sucesor. Lo conocía de nombre y voz. A principios de los años 30 fue el delegado papal en un congreso eucarístico en Buenos Aires. En Venezuela se acababa de inaugurar la radiofonía y la través de las ondas hertzianas de la Broadcasting Caracas, futura Radio Caracas, oí la voz aguda de Pacelli desde la capital argentina. Le tocó ser el nuncio en Alemania durante la ascensión de Hitler, fue quien dio toda la información a Pío XI para su famosa encíclica condenando el nazismo, Mit Brennende Sorge (14-3-1937), dirigida al pueblo alemán en su  propio idioma sobre la situación de la Iglesia Católica en el Reich. Copio el punto 15: “Solamente espíritus superficiales pueden caer en el error de hablar de un Dios nacional, de una religión nacional, y emprender la loca tarea de aprisionar en los límites de un pueblo solo, en la estrechez étnica de una sola raza, a Dios, creador del mundo, rey y legislador de los pueblos, ante cuya grandeza las naciones son como gotas de agua en el caldero (Is 40, 5).”
Pío XII (1939-1958), primer papa que conocí en vivo en 1954: a la hora del ángelus en el balcón de la residencia papal, en la plaza de San Pedro en la canonización de Pío X y en el patio de la morada veraniega de Castel Gandolfo. Impresionante, emanaba misticismo su delgada figura a lo Greco   y al levantar los brazos para la bendición parecía traer el cielo a la tierra.
No conocí a Juan XXIII (1958-1963). Su simpatía conquistó al mundo. Convocó el Concilio Vaticano II, pero la responsabilidad de éste le tocó a su sucesor, Giovanni Battista Montini, obispo de Milán, a quien se le veía venir para papa desde Pío XII, pero no era cardenal al  la muerte de éste.
Varias veces vi en Roma a Pablo VI (1963-1978). Inauguró la salida de los papas del Vaticano para ir al extranjero. Dio a la Iglesia Católica presencia y popularidad en el mundo, pero no vaciló en publicar Humanae vitae (25-7-1968), en defensa de la vida humana desde el momento de su concepción. La encíclica le atrajo la mezquina crítica mundial.
Juan Pablo I (26-8 a 28-9-1978). 33 días duró su pontificado, pero fueron suficientes para recordar su pacífica sonrisa y el profundo contenido de sus cuatro catequesis dominicales. Estrenó el doble nombre para un Sumo Pontífice y luego lo hizo famoso su sucesor. El desconcierto de su muerte repentina preparó el camino para un papa no italiano después de 455 años.
Juan Pablo II (1978-2005), fuerte, atractivo. Lo conocí en Manaos en 1980, luego vino a visitarnos en 1985 y 1996. Casi le quita la vida el atentado del 13 de mayo de 1981. Nos subyugan tanto su arrolladora personalidad como su santidad y así, aun unas pocas palabras estarían de más.
A Benedicto XVI (2005-2013) lo conocí de cardenal en Munich. Pastor por escasos 8 años, llena una etapa de profundas contradicciones y crisis en la Iglesia. Las enfrentó con firmeza y valentía. Se minaron sus fuerzas y nos deja en el estupor de una renuncia. Etapa dura pero también luminosa por las enseñanzas teológica de sus encíclicas, documentos y libros. De Pío XI hasta él, hemos presenciado cosas insólitas en el papado. Ahora…
La Santa Sede está vacante. En pocos días el próximo cónclave nos dirá quién viene a llenarla. Mientras tanto, oremos y esperemos. Tengo mi candidato con nombre y todo: el joven y fornido Peter Turkson, cardenal de Ghana, como Agustín I. San Agustín era de África. Es un continente hoy con muchas persecuciones cruentas contra los católicos, pero también donde está creciendo más el catolicismo. Merece un papa. El primero no europeo. Además, ecuménico: en inglés su apellido significa hijo de turco.
Sin embargo, yo no elijo. Eso le toca, sin discusión, al Espíritu Santo.

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