#OPINIÓN Cargar a un país a cuestas #21Jun

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Ser venezolano hoy es cargar con una mezcla insoportable de rabia, frustración y cansancio. No hay otra manera de describir lo que significa vivir en un país donde cada día es una lucha por sobrevivir, no por vivir. Porque vivir implica algo más que respirar, más que arrastrarse al trabajo para ganar una  miseria que no rinde ni una semana. Vivir implica bienestar, futuro, oportunidades, dignidad. 

El salario mínimo es tan miserable que ni siquiera cubre el costo de un café cada mañana. Los trabajadores necesitan tener dos, tres empleos, simplemente para malvivir. No para progresar, ni ahorrar, ni tener un proyecto de vida. Solo para no morir de hambre. Eso no es vida. Es una especie de castigo colectivo. Y este castigo es para cada sector. Los jóvenes ven como se imposibilita aspirar a construir un futuro próspero y los mayores ven como el fruto de su trabajo se desvaneció en el aire. 

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Y no es solo el bolsillo lo que está destruido. El país entero colapsó. La electricidad y el agua fallan a diario. El gas doméstico escasea. El transporte público es una ruina rodante. Los hospitales parecen escenas apocalípticas. Las escuelas se caen a pedazos. La inflación aumenta los precios cada semana. El bolívar vale menos que un suspiro. El dólar triplicó su valor este año. ¿Y la respuesta del gobierno? Más persecución. Más controles. Más represión. Más excusas. 

Son millones de venezolanos los que se han ido al exilio. Se han separado familias, roto hogares, aplastado afectos. Es una diáspora impulsada no por el deseo de conocer el mundo, sino por la necesidad urgente de huir. De salvarse. ¿Cuántos padres no han tenido que ver crecer a sus hijos por videollamadas? ¿Cuántos abuelos mueren sin volver a abrazar a sus nietos? 

El drama no termina ahí. Porque mientras el gobierno se atrinchera en el poder con una política económica fallida y un discurso vacío, parte de la oposición se ha encerrado en un radicalismo sin estrategia. Hay líderes opositores que, en su radicalismo cerrado, no ofrecen salidas realistas, que solo saben decir “no”, que han hecho de la rabia un proyecto y del grito un plan de gobierno. 

Y sin embargo, los venezolanos no nos hemos rendido en nuestra lucha por reconstruir Venezuela. Cada una de estas historias sobre la tragedia que vivimos es motivo suficiente para seguir trabajando por un alcanzar un mejor país. Son más de 30 millones de motivos por los cuales continuar en este camino democrático. Seguimos porque pese a toda la tragedia, no nos van a arrabatar la convicción de que podemos vivir en un mejor país, un país democrático y próspero. 

Trabajar por la democracia no es un lujo, es entender que es el camino para alcanzar el desarrollo, para llenar de oportunidades la vida de cada venezolano, para que la dignidad sea una realidad. Por eso, aunque cueste, aunque duela, aunque todo esté cuesta arriba, vamos a continuar. Porque VENEZUELA vale la pena, porque cada venezolano merece calidad de vida. 

Stalin González

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