Los venezolanos cargamos sobre los hombros demasiados años de una crisis que ha pulverizado nuestras condiciones de vida. La miseria y la pobreza se miden en los bolsillos vacíos, en el adiós indefinido a cada ser querido que ha migrado y en el cansancio emocional que se respira en cada hogar. La incertidumbre, la desconfianza y el sentimiento de abandono se han convertido en parte de la cotidianidad de un pueblo que, pese a todo, sigue luchando por sobrevivir y aspira a gozar de calidad de vida.
No es solo el deterioro económico lo que pesa. También padecemos el desgaste psicológico que provocan los sectores más radicales. Desde el poder se repiten las erradas políticas públicas y los discursos plagados de mentiras, que han llevado al país al colapso. Y desde algunos sectores opositores se insiste en fórmulas irreales, clamando por intervenciones extranjeras o soluciones mágicas que nunca llegarán, que incrementan la zozobra de los venezolanos.
Lamentablemente, esta coyuntura solo favorece al gobierno, que aprovecha la retórica de la agresión externa para encrudecer sus acciones autoritarias que le permiten aferrarse al poder. Con la excusa de la defensa nacional, aumenta la militarización, se hace cada vez más presente la censura, se amedrenta a quien piensa distinto y se da paso a un feroz control social y político en todo el territorio.
De esta manera, el venezolano, ese que enfrenta el reto diario de conseguir comida, medicinas o un ingreso que le permita subsistir, termina desconectándose cada vez más de la política. Y no es de extrañar: en medio de tantas promesas incumplidas y de la confrontación estéril, lo que queda es la sensación de que nadie se ocupa de atender sus necesidades. Ese distanciamiento de la política no es indiferencia, es una forma de defensa frente al desgaste que provoca la polarización. La política debe ser una herramienta para brindar soluciones a los problemas de las personas, pero ante tantas decepciones ¿Cómo podemos esperar que la gente siga creyendo en ella? Al final, el discurso radical opositor no debilita al gobierno, lo fortalece.
Por eso, urge que todos los sectores entiendan que sus palabras y acciones tienen consecuencias directas en la vida de la gente. La política no es un juego de declaraciones ni una carrera para ganar titulares, es la responsabilidad de conducir al país hacia un destino mejor. Cuando se utilizan discursos incendiarios, cuando se insiste en salidas irreales o cuando se reprime la disidencia, quien siempre sufre es la sociedad entera.
Venezuela necesita con urgencia madurez política y mucha sensatez. No hay espacio para seguir alimentando extremos que nos dividen y perpetúan un status quo donde la mayoría sufre. El país reclama acuerdos mínimos, consensos básicos que permitan atender lo más urgente: el hambre, la salud, la educación y la esperanza de un futuro digno. Cualquier otro camino es prolongar la tragedia. No se trata de aplicar paños de agua tibia. Se trata de empezar un camino de reconstrucción que empiece por ayudar a los venezolanos que más lo necesitan.
La reconstrucción del país pasa por escuchar al otro, por reconocer la pluralidad y por construir soluciones desde la responsabilidad y no desde la demagogia. No habrá excusa válida si seguimos desperdiciando tiempo en enfrentamientos que solo ahondan las heridas. La sensatez política no es una opción, es una obligación.
Stalin González