Amor, es inmensurable la distancia entre nosotros. Ni larga ni corta porque no es longitudinal y sólo yo la siento. Pero siempre se espera que deje de ser. Perdona estas cosas mías.
Evoco en tu nombre nuestros momentos imperecederos. El ámbar de tus ojos se quedó en mis pupilas. Este martes treinta es la fecha de tu cumpleaños. Tres años han transcurrido que la vida no adornas ni animes con tu presencia. Desde entonces sumo la desolada vivencia de que a la casa, tú casa, nadie visita; por lo tanto, no tengo con quien hablar. Es un detalle posiblemente insignificante, pero detalle al fin que distingue mi soledad. Para qué atribuirlo a motivos. Es posible que el bien nos haya abandonado. Te ruego como ruego a los lectores dispensarme por mi apresurado juicio. La mente como la razón pierden a veces sus pautadas funciones; aunque, en realidad, las funciones deben cultivarlas como aprendizaje.
De mi vida es inconcebible olvidar esos ojos ambar porque su celestial viveza e inquietante brillantez, los hube de distinguir como “mis ojos de venado”. Es natural en mí, pues, que persistan tus recuerdos. Hago de tus cosas las mías. Ahora como entonces todas ellas se desempeñan como medio y sustento para que el lazo no se desenlace. Las cosas tuyas son imborrables: “mi oco”, “mi oco chindo”. Estas expresiones se quedaron impresas en libros y cuadernos de notas. Las cosas sucedían del modo más tierno: te acercabas a mi por detrás cuando estaba leyendo o escribiendo; por encima de mi hombro colocabas, muy cerca, paralelo al mío, tu bello rostro. Tomabas el bolígrafo y sobre la página del libro que leía o del cuaderno de mis anotaciones, con tu bien caligrafiada letra, a tu juicio, lo que te pareciera: “mi oco”, o “mi oco chindo” Era un acto parsimonioso y afectivo el tuyo. Y yo arrobado por tanta ternura me hundía en ella. No se fueron contigo esas expresiones, las dejastes impresas y regadas en libros y cuadernos, ellos salen a mi encuentro con su perennidad de huellas cuando releo libros o consulto cuadernos. Aquí están conmigo esos testimonios tuyos que manifiestan ese modo de quererme tan simple y original, pero también tan cálidamente tiernos y arrobadores.
Dirigida al alma, esta carta nos toca profundamente porque yo en mis sentimientos, que son los tuyos, no puedo negármela, porque el alma eres tú. Comunes como somos todos, cada cual es original en el modo de manejar su riqueza espiritual.
¡Cómo te parece, amor! Que haya recurrido a este medio para dirigir una carta al alma. Tu “Carlos”, tu “mi oco”, tu “mi oco chindo” son imágenes que se conservan siempre frescas. ¿Recuerdas que para mi tú fuiste “mi mariposa cuando vaporosa con tu traje de morada organza te vestistes?
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Lectura – Carta al alma
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