Ante los diversos desafíos que presenta el mundo de hoy, ante la inminencia de una guerra fratricida que enarbola banderas erróneamente en el nombre de Dios, no podemos quedarnos con los brazos cruzados, ciegos, sordos o mudos, si lo que está en el tapete es la destrucción de la humanidad. Ya esta contienda la ha ido ganando las fuerzas del mal desde tiempo atrás, al tocar la educación de nuestros jóvenes, por la falta de valores morales y principalmente religiosos. La ausencia del temor a Dios es una constante universal.
El respeto a un ser superior que nos infunde amor, y que nos enseña en su segundo mandamiento ese amor a EL y al prójimo como a sí mismo, es la realidad misma que debe nacer en el hogar, en el seno de la familia, la pequeña iglesia doméstica. Luego debe continuar en la escuela, educar bajo los principios cristianos no solo es hacer catequesis, es contribuir a la trascendencia de los niños y de los jóvenes para que sean adultos responsables, que sepan levantarse después de una caída y seguir adelante. Un educador que no arriesga ante las críticas, o políticas de regímenes totalitarios que prohíben tácitamente la educación religiosa, no sirve para educar.
En nuestro país en los próximos días se decide el destino de caer en un comunismo radical, férreo, de persecución, destierro o muerte, ausente de Dios en todos los sentidos. O de cambiar la suerte bajo los principios democráticos, pacíficamente, respetando la decisión de la mayoría que anhela vivir en sana paz. Existe una esperanza con dos caminos, el primero muy cercano el 6D, donde saldremos a votar masivamente por representantes a la Asamblea Nacional que luchen por establecer leyes humanitarias de convivencia, de justicia, de liberación de los presos políticos, de combate a la corrupción, de dignificación a los pobres, y de sincerar la economía tanto en el gobierno como en los inversionistas privados. El segundo camino de esperanza, es que ya entramos en el período litúrgico del Adviento, tiempo en que el Dios Santo, el Dios absoluto y libre, se manifiesta en su nacimiento, la Navidad, la redención, la salvación, la luz del mundo. Esta esperanza es que todos volvamos a abrazarnos como hermanos, frente al pesebre familiar, y compartir las “multisápidas” hallacas, el pernil de cochino, la ensalada de gallina y el pan de jamón, sin olvidarnos del osito, el roncito o el ponchecito. Que nadie se quede “apantuflado”, o encamado viendo las noticias por TV. Salir a la calle a defender el voto es la consigna. No tengamos miedo, la razón vence la violencia. Hoy Venezuela es otra vez de los que defienden la libertad y la
democracia. ¡Viva Venezuela!