La autenticidad ante todo, ello es lo que nos diferencia a unos de otros y lo que hace medir cualitativamente la dimensión personal y entre muchas cosas el don de gentes de cada cual.
Cada cual sabe cómo es, cuáles son sus debilidades y virtudes, cada quien aborda el mundo según la propia visión y hay quienes se atreven a acariciar la idea de que los demás cambien su paradigma de vida sustituyendo la propia personalidad por una personalidad huésped que no es la auténtica. Algunas personas consiguen su cometido a través de influencias cautivantes por aparentar ser dignas de admiración y otras lo logran para sojuzgar lo bueno en beneficio de lo pérfido.
Cuando alguien se muestra particularmente recto o recta y en razón de esa impresión que causa o pretende causar, las personas sin tener mayores elementos para opinar diferente, pudieran ser engañadas en su buena fe.
A veces nos encontramos con quienes predican rectitud, honradez, respeto a las normas, sobriedad, ecuanimidad, objetividad, un desapego a lo material y una aparente vida espiritual, cuando todo es una burda mentira para sorprender incautos.
En momentos en que la vida pudiera colocarnos en actos de especial reflexión, luego de haber exaltado a alguien que habías colocado como ejemplo de virtud y sensatez; pero que en un momento inesperado desnude su personalidad y que mostrándose cual es, te percatas que la rectitud en ella es una línea zigzagueante o tortuosa a conveniencia, que la honradez es sólo un envoltorio diseñado para encubrir una perversa médula, que no hay respeto por las normas porque las aplica selectiva y alcahuetamente, porque su aparente moderación es sólo una mampara para encubrir su carácter escandaloso, que nunca ha sido integra porque se devanea entre el oportunismo y las apariencias, porque es connivente con lo inmoral y lo espiritual no es más que un blasfemia.
Como un castillo de naipes derribado por una sorpresiva brisa, así quedan sobre el piso las falsas virtudes que emperifollaron en algún momento a quien blandeando estandartes de decencia y rectitud, ahora descubres que es puro cuento.