El triunfo del sueño americano

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«The americam dream” es un concepto histórico que ha regido a la idiosincrasia de los estadounidenses durante siglos.

El término se retrotrae a los siglos XVI y al XVII, cuando los pioneros ingleses persuadían a los ciudadanos de su país para que se trasladaran a las nuevas colonias británicas en América del Norte, las cuales se inspiraban en tres situaciones, siendo estos los ingredientes: Estados Unidos es una tierra llena de abundancia, es la tierra de las oportunidades y es la tierra del destino.

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En 1931 el historiador James Truslow Adam, inspirado en los fundamentos anteriores, unificó esos tres elementos manifestando acerca del sueño americano, que es un concepto referido a la prosperidad y a las potencialidades y habilidades de cada persona en su trabajo, donde las mismas no son un asunto regido por el destino de las personas, ni tampoco dictaminado por jerarquía social alguna. De allí que este concepto lo que traduce, es que el sueño americano va de la mano con el concepto del éxito personal, siendo visible en cuanto a lo cuantitativo y cualitativo de cada quien.

La escritora, Jennifer Hoschschild, acerca del sueño americano, afirma que deben entrelazarse tres formas de comportamiento, tener un éxito absoluto en algún objetivo importante que supere la situación con la que la persona comenzó, tener también un éxito competitivo, esto es imponerse sobre otros que ejecutan la misma actividad y además un éxito relativo en lo comparativo “tal persona es mejor que fulano de tal”.

Esta es la visión de lo que implica finalmente el éxito bajo este concepto donde la igualdad de oportunidades y la libertad de cada quien para dedicarse con esmero a la actividad que cada uno haya escogido en la vida con esfuerzo, trabajo y dedicación, conllevan a hacer realidad el sueño americano y tener una vida exitosa. Toda esta idea del sueño americano, la supo finalmente capitalizar y vender como candidato presidencial un hombre de negocios, sin trayectoria política y magnate exitoso, lo que vino a darle el triunfo finalmente a Donald John Trump, economista de profesión, egresado de la Universidad de Pensilvania, hombre indudablemente de gran éxito económico, magnate de empresas inmobiliarias, quien se hizo acompañar de un lema de campaña que supo captar el voto mayoritario del electorado en ese país: “Hagamos grande a América otra vez”.

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El candidato que estuvo rodeado de muchísima polémica por sus comentarios duros y burlistas, de personalidad prepotente y despectiva hacia los latinos e inmigrantes en general, personas con discapacidad y las mujeres, prometiendo levantar un gigantesco muro en la frontera entre México y Estados Unidos, para evitar la entrada de inmigrantes ilegales a su país, por cuanto considera que entran por esa vía delincuentes latinos.

Se impuso finalmente Donald Trump, frustrándole el sueño a la primera mujer que durante la historia de ese país logró llegar a la candidatura presidencial de los Estados Unidos, Hillary Rodham Clinton, abogada, con una trayectoria política de cuatro décadas, quien desde muy joven se destacó en diversas contiendas políticas y cargos públicos; a quien además le correspondió dar el discurso de orden el día de su grado en la Universidad de Yale, siendo ovacionada con aplausos durante 7 minutos con un público de pie, lo que le iba perfilando su liderazgo como mujer enamorada y luchadora incansable dentro de la actividad política, habiendo logrado estar en la lista de las 17 mas aventajadas estudiantes de su promoción, defensora de los Derechos Humanos de las mujeres y también luchadora en contra del abuso infantil, quien además supo superar el escándalo Lewinsky, junto a su marido y expresidente de esa nación, el también abogado Bill Clinton.

En lo personal me hubiera gustado mucho ver ganar en ese lejano país, por primera vez a una mujer con su trayectoria. El pueblo estadounidense prefirió a un hombre de negocios, un wasp, ejemplo del sueño americano, un hombre incansable, trabajador y cuyo norte es trazarse metas hacia el éxito personal y económico.

Poco importó que fuera prepotente, amenazante y mal hablado, el electorado valoró ante todo, su enorme éxito personal y económico para que dirija los destinos de esa nación y no les convenció la idea de llevar a la presidencia a una mujer de amplia trayectoria política, lo que también deja ver que todavía es una sociedad machista, que ve con recelo darle tan importante cargo y oportunidad a una dama, preparada y líder social.

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