¡Qué asquerosidad!

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Es obvio que hace varios años el anterior Presidente de la República confesó, públicamente, que la ineficiencia, la incapacidad y la corrupción estaban hundiendo a la “revolución”. El mandatario pecó al omitir nombres, lo cual involucró entonces a la cúpula gobierno-partido (para ellos es la misma cosa). De modo que por el lado de la administración pública nacional todo quedó clarísimo. ¿Por qué? Porque se supone –además es lógico– que los responsables de la conducción del “proceso” eran, sin derecho a pataleo, los más altos jerarcas del gobierno y la cúpula partidista pertinente.
Pues bien, el nuevo gobierno, el que asumió Nicolás Maduro desde el ocho de diciembre del año pasado, está integrado por el mismo gabinete ejecutivo –quizás una que otra cara nueva– y la misma cúpula política. Es decir, que por este lado, todo está dicho a motu propio: la ineficiencia, la incapacidad y la corrupción continúan donde estaban.
Por razones que ya son del dominio público, en la oposición parece que el contagio con la AH1N1 política, ha empezado a hacer estragos. Es natural que crezca la tendencia a pensar que la parte sana, sin darse cuenta, tenga que convivir, sin mascarilla, con el segmento contagiado. De todas maneras, confiamos en que tanto en el gobierno como la oposición, el lado sano sea muy superior al que ya es difícil rescatar de los demoledores efectos de la peligrosa y letal influenza política.
Lo cierto, a nuestro juicio, es que los acontecimientos que han involucrado a cinco o más diputados de la oposición, algunos de ellos emblemáticos, obligan a preguntarse: ¿Cuántos contagiados más ocultan que son portadores del virus? ¿Y a cuántos más contagiarán? ¿Será posible que los sanos de ambos lados, que aspiramos sea la gran mayoría, se unan y desplacen a los enfermos? ¡De lo contrario, la nave de la demencia naufragará en un lago de estiércol!

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