Otra de Saer…

Cuanto gusto da sentir que en esta convulsionada sociedad aun podamos conseguir gente cargada de sencillez, humildad  y calidad humana. Esa fue la impresión que me dejó una dama, con la que tuve el placer de sostener una agradable conversación, mientras hacíamos la cola para cancelar el servicio del agua.
Mi esposo, seguidor empedernido del Cardenales de Lara, como todos en casa, leía la página deportiva de EL IMPULSO y comentaba sobre las posibilidades del equipo. Yo hice alusión a que somos caraqueños con pasión cardenalera, condición ésta que incluye nuestra admiración por Alfonso Saer.
Por esas coincidencias de la vida, la bella señora con quien entablé conversación, resultó ser hermana del grande de la narración, lo que hizo más ameno el coloquio, pues ella, naturalmente orgullosa de su hermano, compartió algunas anécdotas familiares, tales como el recuerdo del amor cardenal de su señora madre y el bautizo del libro de Saer “Pelotas y Pedales”.
De mi parte, le comenté que guardo con mucho cariño la sentida nota escrita por Alfonso con motivo de la desaparición física de su querida Teolinda; y que, además, en cada temporada me encanta escuchar en las transmisiones del juego el consabido saludo de “el narrador” ¡señoras y señores, amigos de Lara y de toda Venezuela… muy buenas noches!
Ese corto, pero grato encuentro, no sólo me permitió conocer a la señora Susana y percibir en ella a una persona dulce, con arraigados valores familiares. Sino que, también me llenó de esperanzas, pues, como educadora que soy, enamorada de mi profesión y consciente de lo trascendental de la misma, tengo la certeza de ir por el camino correcto al sembrar valores y regar con amor el corazón de cada niño que pasa por mis manos, lo que hace probable que en alguno de ellos florezca un Alfonzo o una Susana Saer, nacidos en una familia cuyas raíces estén abonadas con valores.