El Guaire al Turbio – Muy dentro del corazón

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Tenía 10 años cuando, de paso para Costa Rica, el barco se detuvo en Panamá. Tras la emoción de conocer el canal, vino otra negativa que me marcó: en todas partes se señalaba una distinción, gold – silver.  A los trabajadores blancos les pagaban en patrón oro, a los negros en patrón plata. Se indicaba con estas dos palabritas hacia donde debían dirigirse las personas por su raza, fuera para entrar a un local, a un ascensor, tomar agua en un bebedero… Para los sanitarios había que hacer  la distinción por sexo y aunque es difícil creerlo hoy, rezaban así los letreros: gentlemen – ladies,  black men – black women En las idas y venidas por el área comercial, mamá me pidió que comprara unas estampillas. Ahí estaban las dos taquillas: gold – silver. Mi bisabuela negra se puso de pie y sin titubear fui hacia la silver. Había escogido para siempre mi posición ante las discriminaciones.

Con dolor he leído en estos días en las páginas deportivas de El Universal  el artículo de Ricardo José Maciñeiras titulado El racismo en plena vigencia. Parecía superado en el deporte donde la raza negra ha dado tantas glorias a muchos países. (Me resisto a usar los términos afro-americano o moreno, me parecen más bien eufemismos discriminatorios; los negros deben estar orgullosos de serlo y llamarse así, no aceptarlo es una claudicación ante el racismo). El gran pelotero Jackie Robinson, no sin mucho sufrimiento, rompió en el béisbol de las Grandes Ligas la barrera de la raza, hoy se celebra su día anualmente en todos los estadios de los Estados Unidos y los jugadores usan una banda en el brazo con su número 42. Sin embargo, la lucha no ha terminado. Señala Maciñeiras ataques y burlas a jugadores de color en el fútbol mundial, en diversos países de Europa: el caso de Samuel Eto’o cuando jugaba con el Barcelona; el muy reciente de Dani Alves, también del Barcelona. Un fan del Villarreal le lanzó un cambur –forma de llamarlo mono- y él con inteligencia y elegancia se lo comió, burlándose del  burlador.

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La discriminación no termina porque quienes dicen estar en su contra no la han erradicado de su corazón. Su posición responde más a un razonamiento -muy encomiable por cierto- que a una convicción. Lo he comprobando: a un francés muy demócrata, muy antinazi, muy universal, le recomendé un día una encantadora película de Barbra Streisand y me respondió con cierta violencia: “Elle ne me plais pas avec sa gueule de juive!” Una muchacha muy cristiana desde niña, no discriminaba a sus compañeras de escuela, todas eran invitadas a su fiesta de cumpleaños fueran de la condición social, de raza o religión que fueran, un día me contó un incidente con alguien a quien le gritó: ”¡Negro tenías que ser!”  La reñí. No sólo no debía exclamar eso, sino incluso no aceptarlo ni en el pensamiento y si se siente, combatirlo con empeño con la vista puesta en Dios, que no hace acepción de personas, todos somos sus hijos. Nuestro convencimiento antidiscriminatorio hay que llevarlo muy dentro del corazón.

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