La calle del hambre

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Dentro de un Estado de Derecho, la ley está por encima de toda autoridad, no puede escapar a ella ni el rico ni el pobre, porque las normas buscan crear un marco o una estructura para que la sociedad crezca y se desarrolle.

El problema de la falta de acatamiento de las leyes radica en lo temeroso que se aplican. Propician actos de desacato. Su complejidad las hace difíciles de interpretar y provoca contradicción de criterios.

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Lo que está pasando en la calle del hambre, ubicada en la avenida Libertador, altura de la urbanización Patarata es eso. Falta de aplicación de la Ley, la que a cada rato se quebranta en el país.

No es posible que una pocilga haya funcionado durante casi 8 años con miles de irregularidades, y el gobierno local nunca intervino para eliminar ese foco de pestilencia que crece con peligrosa libertad.

Los puestos de comida rápida representan una crisis grave por el tema de higiene, contaminación sónica, delincuencia atada a la inmoralidad, porque hasta actos sexuales se registran dentro de vehículos a cualquier hora de la madrugada y el amanecer.

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Quienes padecen en carne viva estos desafueros son las familias de residencias La Rosa, Arca del Norte y apartamentos de Patarata. Los carros se estacionan y colocan música a volumen exagerado, lastimando el sueño de los ancianos del Hogar Corazón de Jesús a escasos metros del lugar; también un escenario de peleas callejeras donde han asesinado a un buen número de cristianos.

Ni el Concejo Municipal ni la Alcaldía de Iribarren deben prestarse para encuentros buscando soluciones. La única tramitación es hacer cumplir las ordenanzas y sacarlos del lugar.

En este país las leyes sólo se cumplen cuando el Estado ejerce su facultad coercitiva
para imponer sanciones, como el cobro de los impuestos sobre la renta y otros gravámenes directos que se hacen a contribuyentes.

De lo contrario, usted ve cómo los motorizados se adueñaron de la ciudad cometiendo miles de infracciones de tránsito y hasta profanando la ruta de Transbarca por las avenidas, junto a muchas otras irregularidades que indistintamente se cometen ante los ojos vendados de policías y guardias nacionales, que sólo sirven para atropellar a los piadosos que hacen colas buscando el pan de cada día.

De las voces de la muerte en la calle del hambre sólo queda cada historia con un protagonista: su plataforma con aguardiente y plomo. ¿Qué custodian los policías nocturnos, si los perversos perdieron la pena y actúan a sangre fría, saludables y sin decoro?

El Libertador decía que una buena justicia era capaz por ella sola de sostener a la República.

Proviniendo de un hombre extraordinario, analista político, militar, estadista, la consideración sobre la justicia, cimiento del orden que rige la vida social, debe merecer atención fundamental.

La calle del hambre es el último bar que cierra en la ciudad, donde comúnmente vagan con botellas en mano y armas en cinto los terrores que azotan la noche.

Llega el alba y la furgoneta policial recoge los cadáveres. El largo escenario, otrora sector de la TV Niños Cantores, es un baño público donde las cosas son de otra manera. Basura, roña y botellas de cerveza resguardan un casquillo de bala, que es la evidencia.

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